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Haití: ¿antesala de un desastre global?

Haití: ¿antesala de un desastre global?

Las imágenes de Haití después del terremoto del pasado 12 de enero no pueden ser más deprimentes. Quien tenga un ápice de sentimientos y empatía no puede menos que espantarse con tanta muerte y destrucción y, por si pareciera poco, el ambiente de angustia y desesperanza que padece ese noble y sufrido pueblo.

Por un mecanismo interior de autoayuda mental hago cuanto está a mi alcance por evadir las imágenes y videos con seres – hombres, mujeres, niños y ancianos – que deambulan presas de tanto dolor. No se trata de hacer como el avestruz que mete la cabeza dentro de la arena, no se trata de evadir realidades que, por amargas, no dejan de ser las más crueles comparables con la guerra de Vietnam, que azotan a una nación hermana. Cierto es que hay que observarlas, y ojalá que todos los que detienen la mirada ante ellas, sobre todo quienes encima de sus espaldas y en sus mentes y bolsillos son responsables de los destinos de esta humanidad, sean llamados al sentido común para promover dos cuestiones cardinales.

Primero, la ayuda a Haití. Cuba y los pueblos del ALBA, más allá de dar ayuda, se dan ellos mismos en solidaria y generosa entrega. Nuestros médicos y demás personal de la salud están allí desde hace tiempo – hoy más presentes – para aliviar en todo cuanto sea posible el dolor y la incertidumbre que desde hace más de un siglo aquejan a la primera nación del hemisferio en emanciparse y, tristemente, la más dolida y expoliada de todas.

Toda la ayuda de la comunidad mundial parecería poca. Haití demoraría más de una década en llegar a ser lo poco que fue infraestructuralmente, pero tendrá que transcurrir mucho más tiempo para que dé finalmente el salto necesario que conceda a su pueblo lo que nunca ha conseguido: la esperanza de un camino certero hacia la solución de sus desgracias acumuladas.

Lo segundo es que Haití es un termómetro para la humanidad entera, incluyendo a los países más desarrollados. Un país deforestado y saqueado como Haití puede considerarse la antesala de un holocausto universal si los más poderosos siguen despilfarrando los recursos no renovables, si continúan con la desertificación de las tierras debido a la tala indiscriminada, manteniendo y hasta incrementando las emisiones de CO2 a la atmósfera; arrancándole indiscriminadamente a las entrañas de la tierra sus recursos fósiles.
Haití es el ensayo de la catástrofe ecológica que se avecina, y se muestra con su imagen macabra a escasas semanas de la frustrada reunión de Copenhague para mejorar el entorno ambiental.

Es tiempo - ¡se agota! – de sacudir las conciencias de los más ricos entre los ricos, de aquellos que rinden un culto al dinero y a las utilidades, para que vean en Haití el espejo de lo que pudiera ser una irreversible y triste catástrofe planetaria. En más de una ocasión, y desde hace décadas, Fidel lo ha alertado. Si este planeta, que es nuestra casa común – aldea global como ahora se le llama – no es sanado de sus cuantiosas heridas, colisionaremos con un fenómeno de proporciones impredecibles.

Ni las calefacciones, los súper-aires acondicionados ni los bunkers servirán de nada a nadie. Es cuestión de vida o muerte para el género humano. Ojalá que la cordura, la sensatez y el sentido común finalmente se pongan por encima de las mezquinas obsesiones de los grupos de poder que desde hace siglos convirtieron el patrimonio humano en feudo privado.

No tengo la menor duda de que la salud del planeta depende del saneamiento en la ecología interior de muchos que, por ambición o ignorancia, continúan indiferentes ante lo que pudiera ser el fin de nuestra civilización.

Esta lección de Haití tan triste y fatal, ojalá sirva para sacudir conciencias, y que la globalización del poder ceda paso a la globalización de la solidaridad y el amor entre todo el género humano.

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