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Martí, Periodismo y Revolución

Martí, Periodismo y Revolución

Aquellos primeros días de marzo de 1892 debieron de haber sido muy ajetreados para Martí y sus compañeros del Partido Revolucionario Cubano. El frío neoyorquino arreciaba sobre sus sienes y sobre todo un cuerpo, aunque joven, marcado por el desmayo que provocan una alimentación insuficiente y el exceso de trabajo. El primer número del periódico “Patria” estuvo previsto para que saliera a la luz el 14, y así fue. Con su primera edición dio un paso en firme el periodismo revolucionario cubano.
En aquella edición de Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano para la independencia de Cuba y Puerto Rico, aparece como editorial, de la pluma del Apóstol: “Nuestras Ideas”, el cual constituye una declaración de principios de los ideales que inspirarían la guerra necesaria en preparación. El mismo hecho del surgimiento de “Patria” es en sí un acontecer periodístico y revolucionario, completado por haber sido obra del más universal de los cubanos. Súmase al acontecimiento la profundidad de análisis realizada por Martí acerca de la situación cubana de entonces, sus viejos y heredados males, los peligros y la ética que caracterizaría a la guerra necesaria.
Lo primero que destacó en su editorial fue, ante todo, el ideal de unidad preconizado por el Partido Revolucionario Cubano, entidad aglutinadora de todas las fuerzas sanas aunque diversas cuyo objetivo era entonces alcanzar la independencia, propósito integrador cuando escribió: "...y debe unir a las agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las procedencias, que persisten en el sacrificio de la emancipación..." Asimismo expresó: "Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad nace este periódico.”
Siempre mantuvo en claro el Apóstol que la independencia no sería viable sin la concertación de cuanto cubano honrado y amante de la libertad se alistara en la lucha. Supo también que el lastre de los regionalismos y localismos instaurados por la Metrópoli fueron desde el comienzo instrumentos útiles para mantener divididas las que se convirtieron en nuevas repúblicas americanas, fraccionamiento nacido de la división interna de cada territorio en particular. Obviamente, la nación tendría que comenzar por reconciliarse consigo misma para que la libertad fuera realizable: "...porque la guerra rematará la amistad y fusión de las comarcas y entidades sociales sin cuyo trato cercano y cordial hubiera sido la independencia un semillero de graves discordias..."
Martí conocía de los horrores de la guerra, como también estuvo persuadido de la necesidad de emprenderla ordenada y limpiamente, de modo que la nación se despojara del lastre de corrupción que amenazaba a lanzar a otra guerra peor, la de la anarquía y el sinsentido si la necesaria y justa, la sanadora, inspirada en la pureza de los ideales y la voluntad legítima, dejara de llevarse a cabo. "La guerra, en un país que se mantuvo diez años en ella, y ve vivos y fieles a sus héroes, es la consecuencia inevitable de la negación continua, disimulada o descarada, de las condiciones necesarias para la felicidad a un pueblo que se resiste a corromperse y desordenarse en la miseria."
No le resultaba ajena la experiencia dolorosa y amarga de las hermanas tierras del continente que mucho antes, habiéndose emancipado, perdieron el rumbo con el veneno de las luchas internas, la copia de idénticas estructurales coloniales como protoimperios o aldeanismos suicidas que interrumpieron la construcción de repúblicas nuevas sobre fundamentos nuevos, a partir de sus realidades naturales y sociales. Por eso nunca se cansó en proclamar la unidad, no la unicidad beligerante, al escribir "...ordenada de modo que con ella venga la paz republicana, y después de ella no sean justificables ni necesarios los trastornos a que han tenido que acudir, para adelantar, los pueblos de América que vinieron al mundo en años en que no estaba en manos de todos, como hoy están, la pericia política y el empleo de la fuerza nacional en el trabajo."
En la genialidad de “Nuestras Ideas”, Martí vindicó una vez más la gloria de la guerra patriótica por la emancipación encabezada por Céspedes en 1868. Fue aquel el comienzo, y éste la continuación; fueron diez años de los que los cubanos honrados debían sentir orgullo. A pesar de las contradicciones y desacuerdos entre los jefes de la guerra, primó, sobre todo, el concepto de que la beligerancia era desde entonces la única alternativa. "Ama y admira el cubano sensato, que conoce las causas y excusas de los yerros, a aquellos valerosos que rindieron las armas a la ocasión funesta, no al enemigo; y brilla en ellos aún el alma desinteresada que los héroes nuevos, en la impaciencia de la juventud, les envidia con celos filiales."
Cuba llegaba a una de sus horas más culminantes en la lucha por la emancipación, y a diferencia de las naciones continentales hermanas su inspirador de fines del siglo XIX tuvo muy en claro las pretensiones de potencias foráneas que pretendían instalar un modelo de “pseudorepublicanismo”, minar lo esencialmente nacional apoyándose en mezquinos intereses económicos criollos, y así truncar los propósitos más auténticos por los que se había peleado. Nunca ignoró nuestro Héroe Nacional los intentos mediatizantes que soplaban desde el Norte y la vieja Europa con fórmulas ajenas a las realidades nuestras. Así enunció: "...cunden las ideas postizas entre los industriales impacientes; entra el pánico de la necesidad en los oficios desiertos del entendimiento, puesto hasta hoy en el estudio literario e improductivo de las civilizaciones extranjeras y en la disputa de derechos casi siempre inmorales."
Como el vino de plátano, agrio, pero nuestro, la república que procuraba Martí con lo más sano y avanzado del pensamiento y la acción cubanos tenía una misión tan importante como la guerra después de concluida ésta: “La revolución cortará la yerba; reducirá a lo natural las ideas industriales postizas; abrirá a los entendimientos pordioseros empleos reales que aseguren, por la independencia de los hombres, la independencia de la patria." Tierra esclava de esclavos, de, en el decir de Martí, de “aldeanos vanidosos”, había un lastre que podía socavar el saludable y normal desenvolvimiento republicano. Siglos de esclavitud confinaron al negro, antes esclavo, a un régimen de servidumbre. La repugnante experiencia que vivió de niño en Cuba y luego en el Norte con la discriminación racial le hicieron ver el mal que venía no de lejos y, por tanto, era necesario extirparlo del futuro panorama en una Cuba independiente. "...la desigualdad injusta a todas luces, de forzar a una parte de la población, por ser de un color diferente de la otra, a prescindir en el trato de la población de otro color de los derechos de simpatía y convivencia que ella misma ejercita..."
Con el periódico Patria se abrieron de par en par las puertas del periodismo revolucionario cubano, un quehacer continuado por cubanos ilustres del XIX y el XX como Juan Gualberto Gómez, y que culminara con la primera etapa del periodismo militante y revolucionario ejercido a mitad del siglo XX por el joven abogado Fidel Castro quien hoy, con la experiencia acumulada por siglos de luchas de generaciones y al frente de la obra que completó la conquista de la soberanía nacional, se enraíza en lo más profundo del pensamiento patriótico cubano.
Martí, Periodismo y Revolución constituyen términos indisolubles, estos tres sustantivos actúan como una sola fuerza a través de los vasos comunicantes de las épocas de nuestra historia. La sensatez de la época recaba correspondencia y fidelidad a ese preclaro quehacer.

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