Blogia
Cuba Latino

Sudáfrica 2010: La fiesta del futbol y el camino de la paz

Sudáfrica 2010: La fiesta del futbol y el camino de la paz

Desde el viernes 11 de junio al domingo 11 de julio, justo un mes, gran parte del planeta ha vibrado con las incidencias del Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010. En el encuentro final, España se sobrepuso a su fuerte contrincante Holanda 1 gol a 0. Durante estas semanas los amantes del – si no me equivoco – más universal de los deportes, han vestido galas de emoción, cada uno esperando lo mejor de su equipo favorito. La gran jornada futbolística, a repetirse dentro de 4 años en Brasil, me motivó a meditar.
Lo que aconteció en Sudáfrica fue una feliz fiesta – sin temor a que el calificativo redunde – porque es sabido que otras fiestas, igualmente bien intencionadas a lo largo y ancho de este planeta, ancho y pequeño, - ¡vaya paradoja! – han concluido de modo nefasto. La de Sudáfrica me llenó de optimismo; confieso que no soy un “fan” de los deportes, excepto cuando tienen lugar juegos cruciales donde se defienden los colores de mi país. Así y todo, lo de Sudáfrica me llamó la atención, tanto por su colorido como por las circunstancias. La Sudáfrica del patriota y héroe Nelson Mandela, de los tiempos oscuros de la segregación racial, devino capital de la amistad, la fraternidad y la alegría. El evento deportivo celebrado allá constituyó en su esencia un himno a la hermandad, la solidaridad y la unidad de razas y pueblos, contrapuesto a los luctuosos clamores de intolerancia, odio y guerra que por desgracia se esparcen por el orbe.
Fue ese himno traducido en sanos ataques, defensas y goles, una melodía fraterna entonada con similar sencillez a la que Vicente Del Bosque, jefe técnico del equipo español, se refirió a la victoria de sus muchachos. Acá en Cuba, a muchos kilómetros de distancia – física, aunque afectivamente cercanos – los más y los menos jóvenes tuvimos la ocasión de vibrar, paso a paso, cada una de las incidencias. Cines capitalinos repletos de simpatizantes de unos y otros, lo mismo que en todas partes del país. El caimán antillano experimentó alegrías impares extendidas a muchos que apenas se relacionan con el popular deporte: es el efecto del entusiasmo y la alegría ante un espectáculo tan colorido como emocionante.
Hace tres décadas pensar en acontecimiento semejante en Sudáfrica no habría pasado de ser una noble utopía. Ese laborioso país era víctima entonces – desde hacía mucho – de una de las más salvajes discriminaciones raciales contra su mayoría negra. Cuba, que no estuvo en el Mundial representada - ¡un día no lejano nuestros atletas también irán a los mundiales de fútbol! – tiene la satisfacción de que muchos de sus nobles hijos contribuyeran, en buena medida junto a los patriotas sudafricanos, a que ese pueblo diera al traste con el horrible “apartheid” racial. Tengo la certeza de que esa verdad histórica se suma a la alegría de haber visto una Sudáfrica anfitriona libre de semejante flagelo.
Por si pareciera poco, la música que identificó al evento, y la que lo dio por concluido, brilló por su autenticidad africana. Hechos así desbrozan un camino esperanzador para la paz y la comprensión entre todos los pueblos. Son aliento para una humanidad que cada día despierta enterándose de una nueva amenaza bélica o de otra catástrofe natural agregada a la enorme lista de heridas planetarias casi irreversibles.
Que la alegría del fútbol sirva no para enajenar, sino para caer en la cuenta de que existe mucho de lo bueno por alcanzar si se opta por el camino de la paz, y se abandonan definitivamente ambiciones y mezquindades que hacen decrecer la condición humana. Si se confía, como lo hizo José Martí, en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. Si se cree y se trabaja en la certeza de que un mundo mejor es necesario y posible.

0 comentarios