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El radioescritor y sus fuentes

El radioescritor y sus fuentes

Al invocar el término radioescritor(a) lo hago en el propósito de incluir tanto a quienes escriben espacios de diversos géneros para este medio como a los periodistas. En resumidas cuentas, sea cual fuere el propósito del oficio radial, vale atenernos a las normas propias de su lenguaje, no importa que se trate de una noticia o cualquier otro género de información.
Por cierto, las observaciones que siguen me parecen igualmente válidas para el periodismo impreso, tanto como para el oficio general de escribir.
Si de fuentes se trata podemos enumerarlas como: documentales y vivenciales. Dentro de las fuentes vivenciales cuentan las que podemos definir como fuentes testimoniales (vivencias de los otros), y en cada caso deben primar el buen olfato y la perspicacia del radioescritor: buen olfato para identificar lo importante e interesante; perspicacia que implica discernimiento y agudeza para determinar, de entre lo importante e interesante, lo que es más exactamente cierto; aun más, incluso dentro de la certeza y la verdad, aquello que encaja dentro de lo que pudiéramos definir como objetividad. No necesariamente imparcialidad, pues de hecho es dubitable su existencia; la noticia más objetiva, inclusive, carece en el mejor sentido de la categoría de “imparcial”.
Basta mover la pirámide de la noticia para dar mayor relevancia a uno u otro aspecto del hecho noticioso. No ser imparcial no significa renunciar a la verdad, sino ofrecerla con un enfoque determinado consciente o subconscientemente. Hasta la imparcialidad es signo de parcialidad, si nos dispusiéramos a adentrarnos más en su propósito. Prefiramos, pues, ser objetivos al decir la verdad, y con eso tendremos razones de satisfacción.
Las fuentes documentales son aquellas que en soporte escrito o audiovisual sirven para que consultemos acerca de antecedentes, consecuencias y hechos mismos. Un radioescritor inteligente – y nada tonto – acude a diversas fuentes a la hora de investigar, tanto distantes como opuestas en sus enfoques. De ahí podrá, cotejando, hallar lo que se acerque más al hecho o explicación objetiva que sirva de base a su análisis.
Un riesgo – peor aún, peligro – de los radioescritores consiste en consultar solo una o dos fuentes documentales; máxime si no son totalmente dignas de crédito. Existen libros que pudiéramos descalificar en su condición de “fuentes”, pero el riesgo crece al momento de consultar en Internet. No todas las páginas Web ni todas las enciclopedias son confiables. El primer antídoto contra esa adversidad es, en primer lugar, el nivel de información y cultura general propios del radioescritor. 
Las fuentes vivenciales, como lo sugiere el término, refieren la experiencia personal del radioescritor; nada tan saludable y objetivo como “contar lo que uno ha visto y experimentado”, a pesar de que entre una persona y otra existan diversos niveles de percepción, condicionados estos por factores que pueden conocerse en un buen texto de Comunicación. Tampoco es posible que esperemos a experimentar en nosotros mismos todo de cuanto vayamos a escribir, pero sí es necesario tener un conocimiento pleno acerca de ello. 
Las fuentes vivenciales cuentan con otra categoría no menos importante, y ya mencionada; me refiero a las testimoniales, lo cual – lo expresé y reitero -  significa la experiencia personal vivida por otros. Los que dan testimonio de cuanto han visto (en relación con un hecho o experiencia) también narran la historia a partir de su percepción personal, formada desde condicionamientos socio-psicológicos individuales, grupales y sociales.
En el caso de las fuentes testimoniales, si el radioescritor da por sentada la veracidad de cualquiera de ellas sin previa verificación, se aventura a la inexactitud. Un radioescritor que se respete, si cuenta con una sola fuente testimonial – verifíquela o no – al menos debe mencionarla o hacer la referencia que le libere de dar crédito categórico acerca de algo que no le conste personalmente.
Todo lo anterior parece “verdades de Perogrullo”, pero… ¿somos tan consecuentes al extremo de cumplirlo siempre? Incluso más: al referirnos a contenidos de fuentes documentales, ¿conocemos, interpretamos todo cuanto dan a conocer?
En mi intento por completar el propósito de esta reflexión, existe una tercera fuente sin la cual las anteriores serían insuficientes. Me refiero a la “imaginación” del radioescritor. ¿Cuántas veces escuchamos algo o nos llega a las manos un libro que a pesar de abundar en información nos aburre? Son numerosos los textos que huelen a “ropa vieja” (no me refiero a la carne deshebrada y bien sazonada) y que al leerlos aparentan ser más un largo y aburrido informe administrativo que una obra fruto de la creatividad humana. Muchas veces, en el peor de los casos, se nos presentan como una secuencia de hechos y datos que embotan hasta el cansancio.
Por eso la imaginación es a la documentación, la vivencia y el testimonio lo que la buena sazón a las comidas. Igualmente asevero que - a diferencia de la documentación, la vivencia y el testimonio -  la imaginación creativa no se adquiere en cursos, diplomados, universidades ni talleres. Es un don muy personal que puede o no cultivarse, pero no se obtiene mediante fórmulas para “aprender” a escribir.
Solamente la imaginación – más rica si es vivencial – provee el mejor de los ingredientes consustanciales a la creatividad: el interés humano. Más que ocuparse en la verborrea academicista, la apelación a referentes teóricos, citas de fulanos o menganos – ineludibles ocasionalmente – el radioescritor deberá ante todo poner a su narración músculo, nervio, venas, sangre y ¡mucho corazón!, para así echarla a andar y que hable por sí misma. Eso se llama creatividad y vale el intento, si la tenemos, de aprovecharla en todo su potencial.

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