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Radio, música y dramaturgia

Radio, música y dramaturgia

La música ocupa – con frecuencia - más del 70 por ciento de la programación radial en cualquier emisora del mundo.

Salvo excepciones muy contadas cuyo contenido lo justifica – v.gr. Radio Reloj en Cuba – la música constituye un componente esencial, no solo desde el punto de vista estético o recreativo, sino en función de los contenidos hablados; sirve en sí misma para completar la idea, crear atmósferas y hasta para inducir estados de ánimo en relación con cuanto se expresa mediante los sonidos articulados.

Es debatida la cuestión de si la música en función de la dramaturgia es exclusiva de los espacios dramatizados (radionovelas y cuentos) o si esa función también atañe a otros géneros como noticieros, incluso espacios destinados a la difusión musical.

Basta mencionar el término “dramaturgia” para inferir una relación directa con las radionovelas y cuentos, con los cuales su relación es directa; sin embargo, otros espacios en la radio precisan su muy particular “dramaturgia” – entendida, entre otros elementos, por las expresiones paralingüísticas y no verbales cuyo propósito radica en manifestar el punto de vista y hasta la personalidad y temperamento del emisor, y en la mayoría de los casos estimular un estado de opinión. Acerca de esto pudiéramos razonar con profundidad.

Resulta evidente el empleo de la música en la radio, algo que tal vez sea una experiencia heredada del cine. Hasta la actualidad inclusive, sabemos que una película sin música funcional puede volverse tediosa, a no ser que su contenido cautive excesivamente; esa es la excepción. Las películas de dibujos animados (incluyendo los cartones) son ejemplos típicos de cómo la música complementa a la acción. Todo lleva a concluir que la música en reiteradas ocasiones funciona como un actor o actriz más en la dramaturgia de cualquier factura cinematográfica y televisiva, así como radial.

En el intento de completar el objetivo de esta reflexión, merece reseñar la utilidad de la llamada música instrumental clásica como elemento dramatúrgico para sugerir atmósferas, ambientes y estados de ánimo en un producto de radio, lo mismo que se hace generalmente en el cine y la televisión.

En nuestro concepto particular la música llamada clásica – desde el Clasicismo, atravesando el Barroco, el Romanticismo y otros movimientos hasta el Nacionalismo Musical y manifestaciones de la música Contemporánea -proveen una herramienta útil a la hora de construir el edificio dramatúrgico de un programa de radio.

El secreto radica en conocer cuál emplearemos según el caso. Un ejemplo plausible es la música compuesta expresamente para un programa de radio, televisión (noticieros, mesas redondas, telenovelas) o para una película. Esa denominada música incidental por encargo involucra a los compositores de manera directa en la armazón total del espacio – recordemos “En silencio ha tenido que ser”, “Para empezar a vivir” y “La gran rebelión” – para lo cual el autor musical junto con la lectura interioriza el guión y sostiene encuentros directos con el director-realizador para conocer sus puntos de vista.

Aparte de esa música funcional que es puntual y lógicamente costosa desde el aspecto del presupuesto financiero, los directores-realizadores tienen a su alcance todo el acervo de la llamada música clásica – no necesaria y únicamente la compuesta durante el Clasicismo (s. XVIII y XIX) – sino antes y después, y que por su calidad resulta irrepetible, paradigmática y, de cierta manera, digna de imitar.

La utilidad de su uso se fundamenta en que esa música, casi siempre, posee un contenido dramático (sugiere atmósferas, estados de ánimo, incluso paisajes). En su tiempo buena parte de ella, compuesta por encargo – y siempre con una buena dosis de motivación inspiradora –resulta de incalculable valor desde el punto de vista dramatúrgico. Para ilustrar lo antes dicho, recordemos la Obertura 1812 de Tchaikovski la cual constituye una narración musical del gran combate entre rusos e invasores franceses, donde los primeros salieron victoriosos. Los tambores sugieren el estampido de los cañones y los acordes finales son un canto de victoria.

Dentro de la llamada música clásica hay movimientos de conciertos y sinfonías– y fragmentos de ellos –de asombroso valor, los cuales encajan perfectamente como elementos dramatúrgicos para cualquier época. Muchas oberturas, por ejemplo, que en principio son el preámbulo de una obra operística, han devenido obras en sí mismas y tratan historias de la literatura universal.

Es recomendable el uso de esa categoría de obras musicales – siempre que sea posible - por su atemporalidad, dada por esa misma condición de clásica y paradigmática. Toca al director-realizador conocer en detalle el momento histórico de la obra musical y su posible o no compatibilidad con el de la factura radial en sí.

Muchas veces se deja la tarea en manos del musicalizador, quien debe de ser, ante todo, un conocedor de la música que se emplea; en cambio, no soy partidario de que toda la responsabilidad en ese sentido recaiga en ellos.

Resulta más saludable cuando el mismo director-realizador sugiere o se agencia la música - o fragmentos - adecuados. Cierto que para hacerlo se precisa contar con suficiente cultura musical que en un radialista ¡se supone! exista; si no fuese así, en tal caso debe procurarse lo antes posible.

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