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24 de Febrero: El grito que se prolongó en el tiempo

24 de Febrero: El grito que se prolongó en el tiempo Hace 120 años el machete y la tea incendiaria del Ejército Libertador reinaron en los campos de Cuba para alcanzar la definitiva independencia. Reiniciaba la gesta de La Demajagua, una guerra emancipadora de signo revolucionario por su carácter antiesclavista, antimperialista y de unidad latinoamericana.

Los recuentos son siempre saludables para recordar las sabias lecciones de la historia. Los combates iniciados en Yara no concluyeron en 1898; aquello fue una tregua porque el destino patrio sufrió una recurva histórica del todo ajena a los principios que inspiraron la lucha.

La guerra del 95 estaba prácticamente ganada cuando fuimos invadidos por Estados Unidos, y ello dio lugar al surgimiento de una república con parches, no la que soñaron nuestros próceres. No es absoluto motivo de vergüenza la desdicha con que iniciamos un nuevo siglo aquella vez, porque en medio de la mediatización soberana hubo voces que se alzaron consecuentes con la doctrina martiana; en aquella constituyente – aunque tapujada por la Enmienda Platt que se nos impuso – hubo voces dignas y valientes como las de Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt alzadas con ímpetu para impedir la anexión, como tiempo después la de Julio Antonio Mella para impedir que se nos arrebatase la Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), legítimo territorio de nuestra nación.

Cuba fue escenario de luchas cívicas emancipadoras que de cierta manera devinieron traducción de aquella misma Guerra Necesaria.

La década de los años 30 fue un gran bostezo patriótico, un indicador fehaciente de que la guerra iniciada en Baire y otros espacios del país estaba inconclusa. A lo largo de aquellas décadas, y a pesar de nuestro estatus mediatizado, se lograron conquistas, la mayoría de ellas a costa de la sangre de líderes obreros y sindicales.

Luego, en 1952, la traición castrense protagonizada por Fulgencio Batista ensangrentó como nunca antes nuestra nación, echando abajo cualquier esperanza de dignificar plenamente la vida nacional por la vía constitucional. Así llegó el nuevo despertar del Moncada; así llegó el yate Granma a Las Coloradas y los mambises del siglo XX reiniciaron la gran campaña que no les dejaron concluir en el 95. A partir de entonces el curso de nuestra historia fue definitivamente distinto.

Dentro de tres días, el próximo 27 de febrero, Cuba y Estados Unidos continuarán el diálogo – esta vez en Washington – para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Las buenas relaciones con el gobierno estadounidense constituyen un sano deseo de Cuba, siempre bajo el respeto a la mutua soberanía, en un clima de entendimiento que abra las puertas a una colaboración constructiva.

La actual administración estadounidense no tiene porqué cargar el estigma de las que le precedieron. Los sentimientos de respeto y amistad entre los pueblos de Cuba y Estados Unidos jamás se han roto; Cuba admira la laboriosidad de sus ciudadanos y muchos de ellos han hecho propia la causa y el ideario cubanos de estos tiempos.

Una relación amistosa y constructiva es posible, siempre y cuando se fundamente en el respeto a nuestra autodeterminación; por eso allí, de nuestro lado y como signo viril, ondearán las banderas de nuestra soberanía, de los ideales y el pensamiento de quienes un día hace 120 años, el 24 de febrero de 1895, erigieron el baluarte sagrado de una Patria libre y soberana.

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