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Vilma de Cuba

Vilma de Cuba El 7 de abril de 1930 en la hospitalaria, indómita y siempre heroica ciudad de Santiago de Cuba nació Vilma Espín Guillois. Haber nacido en el seno de una familia acomodada nunca fue obstáculo para que aquella joven excepcional y de pensar profundo se pusiera del lado de los más humildes de su pueblo, y enfrentara a riesgo de su propia vida las injusticias de toda índole que laceraban a la sociedad cubana de entonces.
Quienes la conocieron desde su temprana juventud, la definen con madera de líder y generadora de iniciativas que desde sus años universitarios, donde se graduó de Ingeniería Química, evidenció su más serio compromiso con los ideales emancipadores de la Revolución. En su integralidad personal unió a su conocimiento profesional el amor al deporte, las dotes de soprano y afición por el ballet, cuando a la edad de 14 años debutó como bailarina en el Teatro Oriente. Pero lo que más destacó en Vilma fue su decisivo compromiso social y político con la época que le tocó vivir. En sus propias palabras, expresó: “Me tocó nacer en aquellos días, nuestra generación creció oyendo las historias de las luchas obreras y campesinas de aquella etapa y las posteriores. Viendo con honda vergüenza a los viejos mambises con sus medallas gloriosas sobre la ropa raída, y mujeres, niños y ancianos pidiendo limosnas en las calles”. Por eso Vilma fue parte de una generación decididamente patriótica, antimperialista y progresista; ideales que la inspiraron para sumarse a la lucha contra la tiranía batistiana desde los primeros momentos.
El asalto al Moncada la sorprendió en su casa, aún no sabía quiénes eran aquellos aguerridos combatientes, y cuenta que se levantó de su cama con tanta alegría, que su padre llegó a pensar que ella estaba involucrada con la acción.
Poco después se incorpora a la lucha clandestina del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba; fue el brazo derecho de Frank País, la persona de su máxima confianza, y no hubo tarea que se le encomendara que no cumpliera con disciplina y consagración. En más de una oportunidad burló la vigilancia de la soldadesca batistiana, prestó auxilio a combatientes heridos y buscó alojamiento seguro para otros que eran perseguidos. Cuando el desmedido acoso policial le impidió continuar en la lucha urbana, se unió al Ejército Rebelde; subió a la Sierra Maestra, y allí fue una aguerrida soldado de la patria.
Al triunfo de la Revolución el quehacer revolucionario de Vilma alcanzó nuevas dimensiones. Desde su condición de miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas emprendió la lucha por la emancipación de la mujer, por el derecho de cada cubana a ser tratada con igualdad ante los hombres y a gozar de las mismas oportunidades sociales. Desde allí fue también abanderada de los derechos de la niñez y con el carisma que la definió siempre defendió las transformaciones revolucionarias con ánimo firme, espíritu inteligente y honda ternura.
Vilma, la abnegada luchadora de la clandestinidad; amiga invariable de Fidel y compañera en la vida de Raúl es una muestra elocuente de lealtad a una causa por la que se consagró plenamente. Vilma de Cuba es para siempre; es el más genuino ejemplo de cuánto puede la mujer hacer por el bien patrio, y de la grandeza que la presencia femenina confiere a las ideas redentoras. Su inconfundible sonrisa, caracterizada por la ternura y firmeza de carácter, nos acompaña siempre como un preciado tesoro.

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