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Cuba Latino

No existe nada que temer

No existe nada que temer

El pueblo de Cuba comenta en muchos de sus espacios de reflexión sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Muchos afirman que al fin hubo un presidente en el país norteño con la valentía suficiente para echar abajo una política hostil que tanto daño hizo a la gente común de ambas orillas.

Cierto que el proceso hacia la total normalización es un camino largo; no es posible curar de un día para otro, todas las heridas que dañaron la piel y el alma nacionales.

Sin los descalabros de las anteriores administraciones de Estados Unidos, nuestro proyecto social habría avanzado más; los gastos para salvaguardar la integridad territorial y la soberanía de Cuba provocaron que fuerzas, recursos e inteligencia se ocuparan en la defensa.

Puede que aquellos obstáculos levantados en contra nuestra sirvieran para inmunizarnos contra las patologías ideológicas y pseudoculturales que continuamente han tratado de inocularnos.

A pesar de todo, hoy las cubanas y cubanos disfrutamos de una nación que – con necesidades, sí, no lo negamos – muestra índices de salud elevados, más que muchos países desarrollados; nuestras niñas y niños tienen escuelas; los índices delictivos no son un problema.

Más aún: somos un país soberano. Hemos alcanzado un nivel de sabiduría y conciencia como pocos países, y ello gracias a la Revolución.

Y en este paradigmático devenir, la cultura se irguió como escudo y espada, tomando como referentes el apego a una tradición  artística, patriótica e independentista,  sembrada por Perucho Figueredo en las notas de nuestro Himno Nacional.  

Dentro de unas décadas más -cuando se escriba desde la lejanía del tiempo nuestra historia-, quienes vivamos entonces sentiremos el orgullo de haber sido protagonistas de un brillante capítulo que jamás se cerrará sino que con energía renovadora va a prevalecer en continua renovación.

Pertenecemos a una generación que siente cerca a Martí, Fidel, Raúl, Camilo, Che; a los Cinco Héroes; a los internacionalistas cubanos que ofrendaron sus vidas por la libertad de pueblos hermanos del África; a los que hoy llevan la salud y la luz del saber a lugares distantes.

Hay muchos de estos héroes anónimos entre nosotros; igual que nosotros mismos nos sentimos representados por ellos.

El futuro, el mañana, eso que hacemos un día tras otro muchas veces provoca involuntarias dudas, incluso temores. En cada individuo, lo mismo que en grandes conglomerados, la incertidumbre por el “que pasará” forma parte del pan cotidiano.

Al mismo tiempo vale pensar que en ocasiones los miedos a los demonios  provocan más daños que el demonio mismo. Un proceso de entendimiento como el que hoy experimentamos es algo difícil, seriamente complicado.

De un día para otro no pueden sanar heridas que, por antiguas, no dejan de ser profundas y en muchos casos, traumáticas.

No debemos olvidar - ni jamás lo haremos-, nuestro pasado glorioso; recordarlo siempre servirá para salvaguardar la patria, es el antídoto esencial contra los males que pueden irrumpir desde afuera, y también desde adentro.

En cambio, vale considerar que una vía a la normalización de las relaciones implica, en primer lugar, desprendernos -sin dejar de ser cautos-, de la imagen de un enemigo acechante, ladino y malvado. Si mantenemos como divisa principal los resquemores y las dudas, difícilmente podamos edificar una nueva realidad de convivencia.

Existen temores en no pocos acerca de la penetración cultural. Al respecto nuestra nación siempre deberá mantenerse a la ofensiva en la preservación de su patrimonio material e inmaterial;  mas tampoco llegar al clímax de miedos paralizantes. Si no, vayamos a la historia.

Desde 1902 nuestro pueblo enfrentó el neocolonialismo cultural, y hubo figuras que se alzaron contra los desmanes de entonces.

La Generación del Centenario nació y se forjó en una república mediatizada y penetrada por un modo de vida impuesto desde afuera, sin que ello fuese impedimento para erigirse portadora de los valores, la dignidad y el orgullo patrióticos.

¿Cómo será  posible que hoy, con un fruto y una obra -palpables y para bien de todos-, puedan ser peores y más efectivos los intentos que pretendan destruirnos?.

Hoy contamos con una obra que es resultado de sacrificios, sudores y sangre; una obra coprotagonizada por el pueblo de Cuba a cuya vanguardia han marchado y continúan los fundadores de nuestro proyecto de nación.

Si hoy contamos con un legado histórico-cultural y una realidad palpable, los cantos de sirena no harán mella sobre la indestructible armadura de nuestros valores y principios.

Debemos, necesitamos y queremos defender nuestra identidad nacional; no como actitud reactiva ante desafíos futuros, sino como gesto proactivo y de principios que nos acompaña en cada jornada.

En todo momento habrá desafíos, pero nada hay que temer. Sí debemos alzar la guardia contra errores y desaciertos propios a los que la realidad contemporánea puede inducirnos.

Un proceder sabio, actuación inteligente, fidelidad y consecuencia ante principios y valores patrios que jamás serán negociados; eso sí, no el temor a lo que la otra parte pudiera pensar.

Evaluemos y juzguemos acciones, no intenciones. Evaluemos, reflexionemos y asumamos las decisiones más sabias. Poseemos una reserva moral evidente en la práctica y el actuar de cada día.

Afrontemos la realidad sin temores. Somos un pueblo de héroes y heroínas; hemos sido capaces de forjar un proyecto más grande que nosotros mismos y esa tan atrevida y valiente realidad disipa todo temor.

La fuerza de nuestras ideas como principios innegociables constituye el más poderoso antídoto para cuánto de dañino o adverso pueda parecer el día de mañana.

La realidad cubana es irreversible; nuestra soberanía nacional se acrisola ante cada reto, en cada victoria.

Sin pecar de ingenuos, no hay nada a qué temer. Confiamos en todos y cada uno de nosotros, ahí está nuestra fuerza principal.

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