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La causa del 95, realidad en el 59

La causa del 95, realidad en el 59

El 24 de febrero de 1895 Cuba reinició la guerra por la Independencia. No se trató de una nueva conflagración sino la misma que comenzó en Yara en 1868, seguida brevemente durante la llamada Guerra Chiquita.

Lo que aconteció hace 122 años tuvo continuación en 1953 con el "Moncada" y la Guerra de Liberación porque las campañas anteriores habían sido conculcadas por una recurva histórica: cuando los mambises tenían ganada la contienda, se nos impuso una intervención foránea ni pedida ni deseada. Se sucedieron años frustrantes de humillación, dolor y sangre.

Con grandes razones, Fidel Castro expresó al respecto: "Nuestra Revolución, con su estilo, con sus características esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de nuestra patria. Por eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos con claridad todos los revolucionarios, que nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de Octubre de 1868".

Las primeras descargas de la fusilería mambisa, con su sonido bravío y ensordecedor, no fueron otra cosa que el eco del grito audaz de Maceo en Baraguá 17 años antes. Aquellos hombres y mujeres, como quienes les continuaron unidos por José Martí con el Partido Revolucionario Cubano (PRC) como fuerza organizadora y programática, se lanzaron de nuevo a la manigua.

Allá estuvieron, como la otra vez, Calixto García, Maceo, Gómez, Juan Gualberto, Mayía Rodríguez y muchos más hermanados a la nueva generación patriótica liderada por Martí.

La Guerra del 95 fue el fruto de un sacrificio amoroso de los cubanos de adentro y de afuera; de los humildes tabaqueros de Tampa, como los cubanos emigrados de Cayo Hueso que, centavo a centavo y padeciendo el espionaje colonial apoyado en cómplices del Norte, sufragaron el nuevo empeño por la libertad.

"Es conocida la falta casi total de auxilio desde el exterior. Es conocida la historia de las divisiones en el exterior, que dificultaron y por último imposibilitaron el apoyo de la emigración a los cubanos levantados en armas. Y sin embargo, nuestro pueblo -haciendo increíbles sacrificios, soportando heroicamente el peso de aquella guerra, rebasando los momentos difíciles- logró ir aprendiendo el arte de la guerra, fue constituyendo un pequeño pero enérgico ejército que se abastecía de las armas de sus enemigos". (1)

Martí tuvo que vencer aquello y más. Hubo de enfrentar incomprensiones y cuestionamientos desde todos los bandos y por diversos motivos. Los descalabros de la Guerra del 68 habían servido para la maduración del sentimiento independentista, unido entonces a la conciencia del carácter revolucionario que se abrió paso.

Si las campañas emancipadoras de América Latina de comienzos del siglo XIX tuvieron como fin supremo desasirse del yugo colonial, el momento relativamente tardío de forja de la nacionalidad cubana imprimió a igual anhelo el del cambio social, de una renovación en la estructura y el concepto de nación. La opción por los pobres había aflorado en la conciencia nacional cubana.

Parte de la prensa norteamericana arremetía entonces contra el ideal martiano, aduciendo la demora de Cuba en irrumpir en el escenario del concierto de naciones. Sin duda, un movimiento de la prensa amarillista para deslegitimar nuestra causa e injuriar al pueblo cubano, dando posibilidades al intervencionismo foráneo.

Oportunamente, en su documento "Vindicación de Cuba", enviado por nuestro Héroe Nacional al director del diario "The Evening Post", Martí escribió: "No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales a que “The Manufacturer” le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio que, junto con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores". (*)

Más adelante expresó el más brillante de todos los cubanos: "Acaba "The Manufacturer" diciendo "que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española". (*)

Años después de aquel pronunciamiento martiano, al celebrarse el Centenario del Grito de La Demajagua, Fidel hizo una valoración de aquellos tiempos; intérprete consecuente del pensamiento del Apóstol, el líder histórico de la Revolución Cubana esclareció: "los dueños de las riquezas eran, en primer lugar, los españoles; los dueños de los negocios y los dueños de las tierras. Pero también había descendientes de los españoles, llamados criollos, que poseían centrales azucareros y que poseían grandes plantaciones. Y por supuesto que en un país en aquellas condiciones en que la ignorancia era enorme, el acceso a los libros, el acceso a la cultura lo tenían un número exiguo y reducido de criollos procedentes precisamente de esas familias acaudaladas.

En aquellas primeras décadas del siglo pasado, cuando ya el resto de la América Latina se había independizado de la colonia española, permanecía asentado sobre bases sólidas el poder de España en nuestra patria, a la que llamaban la última joya y la más preciada joya de la corona española. Fue ciertamente escasa la influencia que tuvo en nuestra tierra la emancipación de América Latina”. (1)

El camino fue largo; también fructífero. El carácter social de la contienda de 1895 se hizo parte inseparable del pensamiento independentista impregnado en el alma cubana.

Todo el acontecer explica por qué el triunfo de 1959, además de culminar un proceso independentista tardío, incorporó a su agenda un proyecto que por la profundidad y el alcance sería del todo irreversible.

La agonía y deber martianos culminaron con el pensamiento y la acción de Fidel al frente de la Revolución Cubana de mitad del siglo XX. El dolor y los reveses fecundaron la semilla de una Cuba nueva, dotada de realidad impar en un continente hasta entonces a medias irredento.

Cuba se puso al frente con su ejemplo. Nuestro faro de plena soberanía y justicia social es una realidad que germinó en el 68, maduró en el 95 y se hizo realidad en el 59.

Fuentes consultadas:

• Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el resumen de la velada conmemorativa de los Cien Años de Lucha, efectuada en La Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente, el 10 de octubre de 1968. Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario.

(*) Vindicación de Cuba, José Martí, Antología Mínima, págs. 83 y 87, Tomo I Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, 1972.

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