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La causa del 95, realidad en el 59

La causa del 95, realidad en el 59

El 24 de febrero de 1895 Cuba reinició la guerra por la Independencia. No se trató de una nueva conflagración sino la misma que comenzó en Yara en 1868, seguida brevemente durante la llamada Guerra Chiquita.

Lo que aconteció hace 122 años tuvo continuación en 1953 con el "Moncada" y la Guerra de Liberación porque las campañas anteriores habían sido conculcadas por una recurva histórica: cuando los mambises tenían ganada la contienda, se nos impuso una intervención foránea ni pedida ni deseada. Se sucedieron años frustrantes de humillación, dolor y sangre.

Con grandes razones, Fidel Castro expresó al respecto: "Nuestra Revolución, con su estilo, con sus características esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de nuestra patria. Por eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos con claridad todos los revolucionarios, que nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de Octubre de 1868".

Las primeras descargas de la fusilería mambisa, con su sonido bravío y ensordecedor, no fueron otra cosa que el eco del grito audaz de Maceo en Baraguá 17 años antes. Aquellos hombres y mujeres, como quienes les continuaron unidos por José Martí con el Partido Revolucionario Cubano (PRC) como fuerza organizadora y programática, se lanzaron de nuevo a la manigua.

Allá estuvieron, como la otra vez, Calixto García, Maceo, Gómez, Juan Gualberto, Mayía Rodríguez y muchos más hermanados a la nueva generación patriótica liderada por Martí.

La Guerra del 95 fue el fruto de un sacrificio amoroso de los cubanos de adentro y de afuera; de los humildes tabaqueros de Tampa, como los cubanos emigrados de Cayo Hueso que, centavo a centavo y padeciendo el espionaje colonial apoyado en cómplices del Norte, sufragaron el nuevo empeño por la libertad.

"Es conocida la falta casi total de auxilio desde el exterior. Es conocida la historia de las divisiones en el exterior, que dificultaron y por último imposibilitaron el apoyo de la emigración a los cubanos levantados en armas. Y sin embargo, nuestro pueblo -haciendo increíbles sacrificios, soportando heroicamente el peso de aquella guerra, rebasando los momentos difíciles- logró ir aprendiendo el arte de la guerra, fue constituyendo un pequeño pero enérgico ejército que se abastecía de las armas de sus enemigos". (1)

Martí tuvo que vencer aquello y más. Hubo de enfrentar incomprensiones y cuestionamientos desde todos los bandos y por diversos motivos. Los descalabros de la Guerra del 68 habían servido para la maduración del sentimiento independentista, unido entonces a la conciencia del carácter revolucionario que se abrió paso.

Si las campañas emancipadoras de América Latina de comienzos del siglo XIX tuvieron como fin supremo desasirse del yugo colonial, el momento relativamente tardío de forja de la nacionalidad cubana imprimió a igual anhelo el del cambio social, de una renovación en la estructura y el concepto de nación. La opción por los pobres había aflorado en la conciencia nacional cubana.

Parte de la prensa norteamericana arremetía entonces contra el ideal martiano, aduciendo la demora de Cuba en irrumpir en el escenario del concierto de naciones. Sin duda, un movimiento de la prensa amarillista para deslegitimar nuestra causa e injuriar al pueblo cubano, dando posibilidades al intervencionismo foráneo.

Oportunamente, en su documento "Vindicación de Cuba", enviado por nuestro Héroe Nacional al director del diario "The Evening Post", Martí escribió: "No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales a que “The Manufacturer” le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio que, junto con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores". (*)

Más adelante expresó el más brillante de todos los cubanos: "Acaba "The Manufacturer" diciendo "que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española". (*)

Años después de aquel pronunciamiento martiano, al celebrarse el Centenario del Grito de La Demajagua, Fidel hizo una valoración de aquellos tiempos; intérprete consecuente del pensamiento del Apóstol, el líder histórico de la Revolución Cubana esclareció: "los dueños de las riquezas eran, en primer lugar, los españoles; los dueños de los negocios y los dueños de las tierras. Pero también había descendientes de los españoles, llamados criollos, que poseían centrales azucareros y que poseían grandes plantaciones. Y por supuesto que en un país en aquellas condiciones en que la ignorancia era enorme, el acceso a los libros, el acceso a la cultura lo tenían un número exiguo y reducido de criollos procedentes precisamente de esas familias acaudaladas.

En aquellas primeras décadas del siglo pasado, cuando ya el resto de la América Latina se había independizado de la colonia española, permanecía asentado sobre bases sólidas el poder de España en nuestra patria, a la que llamaban la última joya y la más preciada joya de la corona española. Fue ciertamente escasa la influencia que tuvo en nuestra tierra la emancipación de América Latina”. (1)

El camino fue largo; también fructífero. El carácter social de la contienda de 1895 se hizo parte inseparable del pensamiento independentista impregnado en el alma cubana.

Todo el acontecer explica por qué el triunfo de 1959, además de culminar un proceso independentista tardío, incorporó a su agenda un proyecto que por la profundidad y el alcance sería del todo irreversible.

La agonía y deber martianos culminaron con el pensamiento y la acción de Fidel al frente de la Revolución Cubana de mitad del siglo XX. El dolor y los reveses fecundaron la semilla de una Cuba nueva, dotada de realidad impar en un continente hasta entonces a medias irredento.

Cuba se puso al frente con su ejemplo. Nuestro faro de plena soberanía y justicia social es una realidad que germinó en el 68, maduró en el 95 y se hizo realidad en el 59.

Fuentes consultadas:

• Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el resumen de la velada conmemorativa de los Cien Años de Lucha, efectuada en La Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente, el 10 de octubre de 1968. Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario.

(*) Vindicación de Cuba, José Martí, Antología Mínima, págs. 83 y 87, Tomo I Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, 1972.

Manifiesto de Montecristi: principios y visión

Manifiesto de Montecristi: principios y visión Corría el mes de abril de 1894 cuando José Martí y Máximo Gómez se reunieron en Nueva York ante la necesidad de precipitar los preparativos para la Guerra Necesaria. Posteriormente, el Apóstol de nuestra Independencia emprendió una gira por varias naciones latinoamericanas con el propósito de obtener más recursos para el empeño libertario.

Al siguiente año, en enero de 1895, una delación abortó la expedición de tres barcos con pertrechos de guerra que zarparían del puerto de la Fernandina en el Estado de la Florida; aquello, a pesar de haber constituido un serio revés para la campaña, no impidió que a finales del mismo mes el propio Martí firmase la orden de alzamiento en la isla, en su condición de Delegado del Partido Revolucionario Cubano.

Cuando se iniciaron las hostilidades el 24 de febrero de 1895 Martí se encontraba en República Dominicana donde residía el Generalísimo, y juntos firman lo que la historia reconoce hoy como el Manifiesto de Montecristi, extensa y profunda proclama dirigida al pueblo de Cuba, la cual destaca las razones de la guerra por la independencia, así como importantes lineamientos para la Cuba futura.

Aquel Manifiesto fue firmado por ambos patriotas – en representación respectiva de los poderes civil y militar – en la localidad dominicana de Montecristi, en medio de una sencilla ceremonia en la casa de Máximo Gómez.

Es imprescindible la lectura y estudio de este importantísimo documento de nuestra historia patria para comprender toda la dimensión del propósito independentista iniciado en el último lustro del siglo XIX; en primer lugar, su carácter eminentemente revolucionario como experiencia de los descalabros que dieron al traste con la campaña de 1868, así como de la realidad posterior a la independencia de las hermanas repúblicas latinoamericanas, que en buena parte por regionalismos y divisiones implantados desde el anterior estatus colonial impidieron la unidad regional y la concepción republicana del ideal libertario.

El Manifiesto de Montecristi patentiza una causa en plena madurez liderada por un solo Partido unificador de ideales y voluntades; exhibe la guerra como una situación que forma parte de una realidad mayor: como un medio y no como un fin; proscribe rotundamente de su perspectiva cualquier sentimiento de odio o venganza. Constituye en sí un llamado a la concordia nacional, a la hermandad entre los pueblos del continente y a la más absoluta redención nacional. Deja en claro que la guerra no es contra el español neutral u honrado, ni contra España, sino contra el gobierno español que mantiene a Cuba en la esclavitud; contra la discriminación e inferiorización racial de los negros; por el establecimiento de una república democrática, y por la confraternidad y amistad entre los pueblos de América Latina y el Caribe, principio patentizado cuando se expresa que "... cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo."

Martí, Gómez y los patriotas del 95 tuvieron clara la misión de aquella Guerra Necesaria "...de fusión sublime, y en las prácticas modernas del gobierno y el trabajo, para salvar la patria desde su raíz de los desacomodos y tanteos, necesarios al principio de siglo, sin comunicaciones y sin preparación en las repúblicas feudales o teóricas de Hispano-América."

La Cuba por venir, aún distante en aquel entonces de la realidad, se perfiló plenamente proclamando "...una guerra digna del respeto de sus enemigos y el apoyo de los pueblos, por su rígido concepto del derecho del hombre, y su aborrecimiento de la venganza estéril y la devastación inútil".

A las cubanas y cubanos de hoy nos asiste el derecho de apropiarnos con sano orgullo cada letra del Manifiesto de Montecristi. Como hace 120 años sigue siendo parte imprescindible de esa luz larga con que a diario andamos nuestro camino nacional y solidario con América Latina, el Caribe y el mundo. Si se quiere conocer nuestra postura de hoy, en ese valioso Manifiesto reside su origen. Ahí estamos, esos somos.

Martí renace cada segundo de nuestro quehacer nacional

Martí renace cada segundo de nuestro quehacer nacional Celebramos el aniversario 162 del natalicio de José Martí. El 28 de enero de 1853 aconteció su nacimiento biológico; por su ideario él ha renacido muchas veces a través de nuestra historia. Su nacimiento biológico se enmarca dentro de coordenadas atrapadas por límites de tiempo y espacio, mientras que el renacer político es constante para cada época y circunstancia de la realidad cubana.

Una de esas ocasiones fue en 1953 cuando Fidel, Raúl y el grupo de jóvenes que les acompañó protagonizaron el asalto al cuartel Moncada. Aquella madrugada José Martí volvió a nacer multiplicado en cada nuevo soldado de la libertad, reiniciando la guerra inconclusa por la independencia patria.

El nacimiento de un ser humano es siempre motivo de celebración. Por ley natural nacemos una sola vez, mientras que por ley moral, de los ideales y de la razón se puede – y se hace necesario – nacer muchas veces.

Martí volvió a nacer el año de su centenario, al ser arrancada del olvido su memoria y su ideario redimido del escamoteo intencional por parte de quienes aprovechando su legado pretendieron manipularlo. Desde el Moncada y hasta hoy Cuba ha vuelto a contar con la presencia de Martí a través de sus enseñanzas, conducta y ejemplo.

En esta coyuntura histórica conmemoramos 162 años del acontecimiento espacio-temporal que dio inicio a su existencia. Hoy precisa revitalizar esa existencia incorpórea aunque real, posible mediante la actualización de su pensamiento. Nacido justo en la mitad del siglo XIX, ahora en el XXI vale pensar cómo preservar y trasmitir su herencia a las generaciones por venir.

Recordar y honrar la memoria del Apóstol no puede limitarse a la evocación emocional de nuestro más insigne compatriota. No basta limitarnos a recordar cuanto escribió, dijo e hizo al extremo de ofrecer su propia vida; necesitamos mucho más: que Martí nazca a diario en cada uno de nosotros, no como simple remembranza, sino encarnado en nuestro modo de pensar y hacer la cotidianidad. Para ello es importante continuar el estudio de su obra, razonando cómo habría actuado él mismo en cada nueva circunstancia.

Nadie cuestiona cuánto sigue presente en la vocación latinoamericana y solidaria de cubanas y cubanos, en su disposición a realizar ingentes sacrificios incluso en los más apartados confines del planeta. Son numerosas las muestras de heroísmo – conocidas unas, anónimas otras – que patentizan la presencia martiana. Así y todo, no basta. Hay heroísmos sencillos que son a veces tan difíciles como las grandes proezas; puede entregarse la vida una vez, hecho loable, pero en ocasiones cuesta más entregar esa vida poquito a poco en el diario vivir a cambio de nada aparente, teniendo solo por recompensa el saber que se hace lo correcto. Esas actitudes supuestamente pequeñas hacen que Martí renazca en cada uno de nosotros.

Es labor de los menos jóvenes traspasar su legado a las nuevas generaciones. Es tarea que exige rigor responsable. Tanto como inculcar el aprendizaje de su obra es imprescindible enseñar a pensar martianamente a cada joven. Enseñarle a interpretar cada acontecimiento de hoy y los del mañana a la manera como lo habría hecho el Apóstol de nuestra independencia.

Solo así podremos garantizar que igual que no murió en el año de su centenario gracias a Fidel, Raúl y los jóvenes del Moncada, también renazca con incontenible fuerza cada segundo de nuestro quehacer nacional.

Junto a Martí con la camisa al codo

Junto a Martí con la camisa al codo

Celebramos el aniversario 158 del natalicio de José Martí. Cada año evocamos la llegada a la vida del hombre cuyo pensamiento sintetizó siglos que le precedieron en la forja de nuestra nacionalidad, y que proyectó con discernimiento sabio los elementos a tomar en cuenta para su continuación. La nacionalidad cubana no es tarea concluida, sino en constante hervor creativo apoyado en el quehacer diario, el conocimiento reflexivo, la voluntad de sus mejores hijos, la naturaleza propia de la tierra que habitamos y las circunstancias siempre cambiantes del mundo. Es labor ardua esta de edificar naciones y, para conseguirlo, tan trabajoso como ello, lo resulta interpretar y aplicar de acuerdo con nuestras peculiaridades, los derroteros conducentes para engrandecer y consolidar lo hasta hoy alcanzado.

Ciencia, humildad y conciencia van de la mano en la revolucionaria obra de la vida nacional y humana. Premisa necesaria es el conocimiento de la identidad, destreza y posibilidades de un conglomerado humano; ponerlas todas en un cauce creativo capaz de aportar y nunca obstaculizar o malograr la consecución de nuevas realidades. La ciencia social implica caer en la cuenta de que los caminos no son lineales ni asépticos sino generadores de caminos nuevos, muchos desconocidos por el caminante y solo advertidos a su encuentro. Se hace camino al andar, como hermosamente expresara el poeta Antonio Machado.

En enero de 1959 emprendimos un nuevo camino que nos enorgullece y hace plenos por ser nuestro; como el verso de Martí: a nadie se lo pedimos prestado. Fue el camino para consolidad la soberanía nacional, y a esa misión emancipadora se activaron todas nuestras energías; obra que hubo de enfrentar incomprensiones de algunos, desdenes, agresiones y obstáculos fácilmente predecibles por las implicaciones que para la nación, América Latina y el mundo colonizado de entonces tuvo semejante osadía. Ha transcurrido poco más de medio siglo y abundan motivos de satisfacción por cuanto se logró; es una satisfacción sana y motivadora, no paralizante, sabedores de que hoy son otros los desafíos, algunos no atendidos antes por la tensión vivida; otros impuestos por circunstancias nuevas y muy distintas a las de ayer.

Como hace medio siglo, hoy aceptamos un reto tan heroico como el de entonces: el del perfeccionamiento y la actualización de nuestro modelo económico, avisados de sus profundas implicaciones en el orden social. Hoy estamos empeñados en fomentar la riqueza productiva que somos capaces de generar; una distribución equitativa en la correlación de trabajo y salario; el mantenimiento y la profundización de las conquistas en materia de educación y salud, y en oportunidades para que cada miembro de la sociedad desarrolle a plenitud sus capacidades y las ponga en función del mejoramiento propio y de los demás. Este desafío a cumplir, como el ya logrado, se inspira en el ideario martiano.

Como expresara el Apóstol de nuestra Independencia, la dirección del Partido, la Revolución y la inmensa mayoría de nuestro pueblo… “sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.”…  (1)

La actualización del modelo económico cubano, su discusión abierta y democrática por todos los ciudadanos del país y su próximo debate en el VI Congreso del Partido, son procedimientos intrínsecamente martianos. Es un proceso inspirado y pensado a partir del espíritu del país y de su constitución propia, de su naturaleza profunda, y tendiente a la armonización y el equilibrio de los elementos naturales y sanos que la constituyen.

Conocemos hacia dónde vamos; observamos y estudiamos con atención las experiencias de otros pueblos que en sus circunstancias solucionan sus propios problemas, al tiempo convencidos de la necesidad de correcciones no basadas en copias ni en recetas, sino acordes a nuestra realidad. Como la abeja tomamos el polen de todas las flores, pero al final elaboramos nuestra propia miel.

En esta hora decisiva para el futuro de la Revolución y el Socialismo, de la Independencia y la Patria, somos todos y cada uno en nuestra diversidad, unidos en la aspiración común de mejorar y crecer, protagonistas de un capítulo no menos difícil ni glorioso que los anteriores. Junto a Martí con Fidel y Raúl, es jornada de trabajo creador y responsable, sudor y esfuerzo ¡con la camisa al codo!

  (1) Martí, José. Obras Completas, Nuestra América, México, 30 de enero de 1891.

José Martí, los trabajadores y el trabajo

José Martí, los trabajadores y el trabajo

Hace 121 años el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, que tuvo como sede la capital francesa, estableció el primero de mayo como Día Internacional de los Trabajadores. La celebración homenajea a los Mártires de Chicago, obreros que en 1886 se alzaron unidos en su justa demanda por la jornada de ocho horas y otras reivindicaciones laborales. Desde entonces, en muchas partes del mundo la clase obrera se manifiesta para exigir demandas y, en otras, para recordar con admiración y respeto aquellos hombres y mujeres cuyas únicas fortunas eran su fuerza de trabajo y su integridad para unirse y defender sus derechos. En aquellos turbulentos días del Chicago de 1886 José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, vivía su exilio norteamericano en la agonía incesante que para él representó la condición esclava de la Patria y en el cotidiano quehacer de la preparación de la Guerra Necesaria.
Como hombre de su tiempo y de épocas posteriores, Martí no fue ajeno, y sí muy atento, ante el malestar social existente en los Estados Unidos. En carta al Director del diario La Nación de Buenos Aires, fechada en mayo de aquel mismo turbulento año, escribió: “Comete un delito, y tiene el alma ruin, el que ve en paz, y sin que el alma se le deshaga en piedad, la vida dolorosa del pobre obrero moderno, de la pobre obrera, en estas tierras frías…”(1). Cierto es que Martí, consagrado a la redención por la independencia cubana, no apoyó el anarquismo ni las luchas encendidas plagadas por el odio, sí ajenas a los más legítimos sueños humanos. Apoyó la beligerancia en Cuba, sí, llamándola Guerra Necesaria con ese adjetivo sublime y dignificante porque la obstinación colonialista se negaba a reconocer, con su torpe empecinamiento, lo que la natural lógica signaba. Pero Martí, sobre todas las razones, reconoció y apoyó el derecho de los trabajadores a sus legítimas demandas. Lo reafirmó al expresar: “Repugna al orden de la razón que unos tengan demasiado y otros no tengan lo indispensable. Lo que está hecho así, debe deshacerse, porque no está bien hecho. Salgamos amistosamente al encuentro de la justicia, si no queremos que la justicia se desplome sobre nosotros.”(2) De esa manera el más brillante de todos los cubanos inclinó una vez más su balanza de parte de los oprimidos. José Martí, en su esencial pensamiento y actuar revolucionarios, tuvo la convicción de que la independencia cubana pasaría, inexorablemente, por los caminos de la justicia social y la equidad.
En Nuestra América la solución de sus viejos y acumulados males requiere, como herramienta imprescindible, el conocimiento de Martí. Conocimiento íntegro y total, con toda la crudeza y esencia de su dimensión universal. Únicamente así, como la ropa que viene bien al cuerpo y no como la moda que de ultramar llega para un día deslumbrar y otro aburrir, por no decir que hastiar o hacer el ridículo; sólo así, en su autoctonía, como la palma real, el quetzal, la cumbre andina, el riachuelo caribeño, la selva del Orinoco y la pirámide azteca, será posible consumar la inconclusa obra redentora por la soberanía de los pueblos y la justicia social.
Martí contó con la clase trabajadora para aquella su misión independentista y revolucionaria, y no fue casual su cercanía con la emigración de Tampa, en particular los tabaqueros cubanos que años más tarde forjarían las primeras organizaciones obreras a partir de 1902. Allí, en lo hondo, estuvo Martí.
En su vocación por la justicia para todas las fuerzas sanas de la sociedad, primó en el Apóstol de Cuba la causa de quienes con su esfuerzo crean los bienes materiales y espirituales que sustentan la existencia y la elevan. Escasos once meses antes de los disturbios obreros de Chicago, escribió: “Ver trabajadores, repone” (3). Dos años después de aquel mayo sangriento, expresó con prosa vehemente: “cada hecho de que un trabajador sufre es consecuencia ordenada de un sistema que los maltrata por igual a todos y que es traición de una parte de ellos negarse cooperar a la obra pujante e idéntica de todos” (4). ¿No evidencia lo escrito por Martí su apoyo a la unidad de todos los trabajadores para luchar por sus reivindicaciones?
En su grandeza también valoró y fue parte consustancial de su vida, el decoro que significa trabajar de modo honrado, lo que manifestó al expresar: “…nadie tiene derecho a lo que no trabaja.” Como igualmente escribiera: “El trabajo, este dulcísimo consuelo, esta fuente de fuentes, esta fuente de orígenes, este cincel, pincel, creador, evocador, este amigo que une, añade, sonríe, avigora y cura” (5). Claramente, para Martí no puede haber Patria, ni belleza, ni obra perdurable sin la dignidad que emana del acto creador que constituye el trabajo.
¿Y del trabajo como fuente de salud? Valga reseñar lo que escribiera al respecto y que fue publicado en México en 1877: “Créese la riqueza pública, protéjase el trabajo individual; así, ocupadas las manos, anda menos inquieta la mente” (6). ¿No es, acaso, la preocupación mental causa principal del estrés y la enfermedad en nuestro tiempo?
Con entera valentía censuró al rico, a ese que amasa fortunas a costa de otros: “Con el trabajo honrado jamás se acumulan esas fortunas insolentes” (7).
Hoy nuestro país se dirige a un reordenamiento laboral cuya base descansa en el trabajo digno, honrado, equitativo, con una remuneración que se corresponda con su cantidad y calidad y que sigua siendo fuente de riqueza material y espiritual para quienes lo realizan y para quienes lo aprovechen, comprometidos estos, a su vez, en la misión de aportar en su momento lo más hermoso de sus energías al bien personal, familiar y social. En ese necesario proceder contemporáneo, también laten la presencia y el pensamiento de Martí.
En esta nueva celebración del Día Internacional de los Trabajadores y a escasas semanas del aniversario 115 de la caída en Dos Ríos de nuestro más ejemplar compatriota, estas necesarias evocaciones revelan cuánto le queda al mundo por andar en cuestiones de justicia social y derechos de los trabajadores. Señalan un camino, redimen una causa. Son hoy los que emigran como fuerza de trabajo a un mundo desarrollado a costa de los más expoliados y humillados, el último eslabón de un proletariado irredento y explotado hasta las últimas consecuencias y carente de los derechos más elementales. Así ocurre hoy, en pleno siglo XXI, cuando se emprende la conquista del mundo interestelar, a pesar de estar inconclusa la más perentoria conquista de la justicia, la paz y la solidaridad en la Tierra.

 
Pie de citas:
(1)    Carta al Director de la Nación de Buenos Aires, Nueva York, mayo de 1886
(2)    Grandes motines de obreros, Al Director de La Nación de Buenos Aires, Nueva York, mayo 16 de 1886
(3)    Carta de Martí, La Nación, Buenos Aires, Nueva York, 13 de junio de 1885.
(4)    Carta de Martí, La Nación al Director de la Nación de Buenos Aires, Nueva York, 26 de mayo de 1888.
(5)    Hombre del Campo, Obras Completas, Tomo 19, p. 381.
(6)    Folleto Guatemala, Obras Completas, Tomo 7, p. 124.
(7)    Carta a La Opinión Pública, Montevideo, Buenos Aires, 1889, Obras Completas, Tomo 12, p. 251.