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José Martí, los trabajadores y el trabajo

José Martí, los trabajadores y el trabajo

Hace 121 años el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, que tuvo como sede la capital francesa, estableció el primero de mayo como Día Internacional de los Trabajadores. La celebración homenajea a los Mártires de Chicago, obreros que en 1886 se alzaron unidos en su justa demanda por la jornada de ocho horas y otras reivindicaciones laborales. Desde entonces, en muchas partes del mundo la clase obrera se manifiesta para exigir demandas y, en otras, para recordar con admiración y respeto aquellos hombres y mujeres cuyas únicas fortunas eran su fuerza de trabajo y su integridad para unirse y defender sus derechos. En aquellos turbulentos días del Chicago de 1886 José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, vivía su exilio norteamericano en la agonía incesante que para él representó la condición esclava de la Patria y en el cotidiano quehacer de la preparación de la Guerra Necesaria.
Como hombre de su tiempo y de épocas posteriores, Martí no fue ajeno, y sí muy atento, ante el malestar social existente en los Estados Unidos. En carta al Director del diario La Nación de Buenos Aires, fechada en mayo de aquel mismo turbulento año, escribió: “Comete un delito, y tiene el alma ruin, el que ve en paz, y sin que el alma se le deshaga en piedad, la vida dolorosa del pobre obrero moderno, de la pobre obrera, en estas tierras frías…”(1). Cierto es que Martí, consagrado a la redención por la independencia cubana, no apoyó el anarquismo ni las luchas encendidas plagadas por el odio, sí ajenas a los más legítimos sueños humanos. Apoyó la beligerancia en Cuba, sí, llamándola Guerra Necesaria con ese adjetivo sublime y dignificante porque la obstinación colonialista se negaba a reconocer, con su torpe empecinamiento, lo que la natural lógica signaba. Pero Martí, sobre todas las razones, reconoció y apoyó el derecho de los trabajadores a sus legítimas demandas. Lo reafirmó al expresar: “Repugna al orden de la razón que unos tengan demasiado y otros no tengan lo indispensable. Lo que está hecho así, debe deshacerse, porque no está bien hecho. Salgamos amistosamente al encuentro de la justicia, si no queremos que la justicia se desplome sobre nosotros.”(2) De esa manera el más brillante de todos los cubanos inclinó una vez más su balanza de parte de los oprimidos. José Martí, en su esencial pensamiento y actuar revolucionarios, tuvo la convicción de que la independencia cubana pasaría, inexorablemente, por los caminos de la justicia social y la equidad.
En Nuestra América la solución de sus viejos y acumulados males requiere, como herramienta imprescindible, el conocimiento de Martí. Conocimiento íntegro y total, con toda la crudeza y esencia de su dimensión universal. Únicamente así, como la ropa que viene bien al cuerpo y no como la moda que de ultramar llega para un día deslumbrar y otro aburrir, por no decir que hastiar o hacer el ridículo; sólo así, en su autoctonía, como la palma real, el quetzal, la cumbre andina, el riachuelo caribeño, la selva del Orinoco y la pirámide azteca, será posible consumar la inconclusa obra redentora por la soberanía de los pueblos y la justicia social.
Martí contó con la clase trabajadora para aquella su misión independentista y revolucionaria, y no fue casual su cercanía con la emigración de Tampa, en particular los tabaqueros cubanos que años más tarde forjarían las primeras organizaciones obreras a partir de 1902. Allí, en lo hondo, estuvo Martí.
En su vocación por la justicia para todas las fuerzas sanas de la sociedad, primó en el Apóstol de Cuba la causa de quienes con su esfuerzo crean los bienes materiales y espirituales que sustentan la existencia y la elevan. Escasos once meses antes de los disturbios obreros de Chicago, escribió: “Ver trabajadores, repone” (3). Dos años después de aquel mayo sangriento, expresó con prosa vehemente: “cada hecho de que un trabajador sufre es consecuencia ordenada de un sistema que los maltrata por igual a todos y que es traición de una parte de ellos negarse cooperar a la obra pujante e idéntica de todos” (4). ¿No evidencia lo escrito por Martí su apoyo a la unidad de todos los trabajadores para luchar por sus reivindicaciones?
En su grandeza también valoró y fue parte consustancial de su vida, el decoro que significa trabajar de modo honrado, lo que manifestó al expresar: “…nadie tiene derecho a lo que no trabaja.” Como igualmente escribiera: “El trabajo, este dulcísimo consuelo, esta fuente de fuentes, esta fuente de orígenes, este cincel, pincel, creador, evocador, este amigo que une, añade, sonríe, avigora y cura” (5). Claramente, para Martí no puede haber Patria, ni belleza, ni obra perdurable sin la dignidad que emana del acto creador que constituye el trabajo.
¿Y del trabajo como fuente de salud? Valga reseñar lo que escribiera al respecto y que fue publicado en México en 1877: “Créese la riqueza pública, protéjase el trabajo individual; así, ocupadas las manos, anda menos inquieta la mente” (6). ¿No es, acaso, la preocupación mental causa principal del estrés y la enfermedad en nuestro tiempo?
Con entera valentía censuró al rico, a ese que amasa fortunas a costa de otros: “Con el trabajo honrado jamás se acumulan esas fortunas insolentes” (7).
Hoy nuestro país se dirige a un reordenamiento laboral cuya base descansa en el trabajo digno, honrado, equitativo, con una remuneración que se corresponda con su cantidad y calidad y que sigua siendo fuente de riqueza material y espiritual para quienes lo realizan y para quienes lo aprovechen, comprometidos estos, a su vez, en la misión de aportar en su momento lo más hermoso de sus energías al bien personal, familiar y social. En ese necesario proceder contemporáneo, también laten la presencia y el pensamiento de Martí.
En esta nueva celebración del Día Internacional de los Trabajadores y a escasas semanas del aniversario 115 de la caída en Dos Ríos de nuestro más ejemplar compatriota, estas necesarias evocaciones revelan cuánto le queda al mundo por andar en cuestiones de justicia social y derechos de los trabajadores. Señalan un camino, redimen una causa. Son hoy los que emigran como fuerza de trabajo a un mundo desarrollado a costa de los más expoliados y humillados, el último eslabón de un proletariado irredento y explotado hasta las últimas consecuencias y carente de los derechos más elementales. Así ocurre hoy, en pleno siglo XXI, cuando se emprende la conquista del mundo interestelar, a pesar de estar inconclusa la más perentoria conquista de la justicia, la paz y la solidaridad en la Tierra.

 
Pie de citas:
(1)    Carta al Director de la Nación de Buenos Aires, Nueva York, mayo de 1886
(2)    Grandes motines de obreros, Al Director de La Nación de Buenos Aires, Nueva York, mayo 16 de 1886
(3)    Carta de Martí, La Nación, Buenos Aires, Nueva York, 13 de junio de 1885.
(4)    Carta de Martí, La Nación al Director de la Nación de Buenos Aires, Nueva York, 26 de mayo de 1888.
(5)    Hombre del Campo, Obras Completas, Tomo 19, p. 381.
(6)    Folleto Guatemala, Obras Completas, Tomo 7, p. 124.
(7)    Carta a La Opinión Pública, Montevideo, Buenos Aires, 1889, Obras Completas, Tomo 12, p. 251.

 

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