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Cuba Latino

Ana Esther Ceceña: “América Latina preserva todavía la rabia de la conquista”

Ana Esther Ceceña: “América Latina preserva todavía la rabia de la conquista”

(Tomado de Cubadebate)

Marianela González

La Jiribilla

30 de septiembre de 2010. 1:00 p.m. La Habana. En la sede de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), un grupo de personas espera para asistir a la conferencia que impartirá la Dra. Ana Esther Ceceña, coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica: estudiantes de Historia, Filosofía, Sociología y Ciencias Políticas, de la Universidad de La Habana; especialistas de centros cubanos de investigación; periodistas. Además de la trayectoria académica de la conferencista, nos ha convocado el tema del encuentro: La militarización en América Latina. Un asunto, a todas luces, pertinente; pero a esa hora, aún no sabíamos cuánto.

12:30 p.m. Quito. Un déjà vu en las transmisiones de TeleSur, estremece el continente: como en junio de 2009 en Tegucigalpa, las calles de la capital ecuatoriana están colmadas de personas. Rafael Correa, el presidente que eligieron constitucionalmente, ha sido retenido dentro de uno de los hospitales de la ciudad por un grupo de policías en revuelta. Dicen los gendarmes que de esa forma esperan revertir una ley que les afecta; pero gritan: “¡Lucio, viva Lucio!”. Y le maltratan físicamente. Ecuador vive un intento de golpe de Estado.

Difícil pensar que las paredes de la sala Tricontinental de la OSPAAAL retendrían la noticia. No se habló de otra cosa en la tarde de aquel jueves: lamentablemente, lo que quizá la conferencista habría concebido como una charla teórica, tenía a aquellas horas un correlato en pleno desarrollo.  Economista, adscrita al Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Directora de su Instituto de Estudios Geopolíticos, miembro del grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) sobre Economía Internacional que dirige el Dr. Emir Sader y Coordinadora del Observatorio de Geopolítica Latinoamericano… No bastan estas cartas credenciales para presentar a una mujer que respira este continente por cada poro. Vigilante siempre de cada movimiento que ocurra sobre sus tierras, Ana Esther Ceceña ha hecho de sí misma una especie de gitana: de México a la Patagonia, gusta recorrer cada uno de los nodos latinoamericanos, como prefiere llamarle a los centros donde aún la resistencia late. En la plataforma cubana, lanzó un ancla desde los propios inicios del proceso revolucionario: “un proceso -dice- en el que lo único no permitido es parar. De este pueblo y con este pueblo aún construimos nuestras utopías”. Quizá por eso permanezca siempre tan cerca, para fortuna de quienes sentimos que el 30 de septiembre en Ecuador merece un repaso que le trascienda.

Continente de revoluciones y contrarrevoluciones; laboratorio primero del neoliberalismo y al mismo tiempo escenario privilegiado de desafíos a ese orden. ¿Será que tiene América Latina condiciones genéticas para esa constante dualidad: históricas, geográficas, sociales…?

Sí, hay elementos que son casi congénitos y que dan margen a esa dualidad. En primer lugar, en este continente está la mayor potencia capitalista del mundo y, por lo tanto, el mayor poder de dominación. Necesariamente, eso nos marca. Y geográficamente, el continente es una isla. Esa condición permite que se nos convierta en una especie de fortaleza. Aquí hay solamente una gran potencia: si hubiera más de una, sería distinto; pero al haber una sola, la isla le pertenece, es su plataforma para construir una relativa invulnerabilidad frente al mundo. Siempre pienso en los castillos feudales, con su foso de cocodrilos alrededor. América es un poco eso. El hecho de tener los mares alrededor le ha permitido preservarse hacia dentro y al mismo tiempo tener otro tipo de fuerza para pelear con los competidores. Esas son características muy particulares que no las tiene otro lugar. Tampoco las tuvo otra potencia del mundo, por lo que EE.UU. ha podido fortalecerse y ser el hegemónmundial. Es así, de un lado y de otro.

América entera está a merced de esos factores por la fuerza de la hegemonía norteamericana y también por la complicidad de las oligarquías de los demás países. Pero, al mismo tiempo, desde que Europa irrumpió acá -hecho que provocó tantos cambios en términos culturales, políticos…-, ha estado sucediendo algo muy interesante: la metrópoli trajo poblaciones del resto del mundo, sobre todo africanas, y las unió con las poblaciones del continente que estaban en resistencia frente a la conquista y al dominio. Con eso, se constituyó una mezcla a partir de la cual hoy tenemos lo más fuerte de cada una de estas culturas. Todos los elementos que a partir de entonces conformaron nuestros pueblos, fueron elementos adquiridos de las poblaciones en resistencia. Claro, a veces estuvieron en sumisión, no se puede decir que todos fueran tan bravos; pero aun aquellos que se sometieron, lo hicieron sin aceptar, manteniendo sus tradiciones, sus hábitos. Eso formó una pasta, un magma en el continente, que nos ha permitido tener esa fuerza insurgente y que se manifiesta en toda la historia de América. En la actualidad, ha estado presente con toda contundencia.

Lo que ocurre en este momento en el continente, es que todas las poblaciones están de algún modo levantadas. Las poblaciones afro luchan porque las expulsan de sus tierras o impiden que mantengan sus tradiciones; los indígenas, porque los desplazan de sus lugares de origen…

…les expropian los recursos de sus tierras y los juzgan por terrorismo…

…para colmo. De modo que hay mestizajes y rebeliones de todo tipo en este continente. Los mestizajes no son solo el producto del indio y el español, son una mezcla abigarrada, múltiple, que conforma lo que hoy son los pueblos americanos. Y todos están en rebeldía. Incluso, aquellos que son mezcla cultural de indio y de negro -porque no es necesariamente biológica-, por los dos lados tienen cosas ante las que deben responder. Así nos va pasando a todos.

Preservamos todavía esa rabia de la conquista. Eso no se nos ha quitado en el continente. Incluso, es algo muy particular porque hasta parte de la gente que no tiene sangre indígena directamente, lo siente de algún modo. La conquista se ha repetido muchas veces en América: sucedió hace algo más de 500 años, pero luego ha vuelto a ocurrir en diferentes momentos de nuestra historia. El pueblo participa en la lucha por la independencia y al final queda fuera del pastel. El coloniaje es permanente en la historia de nuestros pueblos y por eso constantemente estamos sublevados: a veces más callados; otras, más expansivos.

Como la dominación misma…

No todos los momentos son de enfrentamiento a las claras. Hay espacios de construcción interna, de trabajo casi en lo cotidiano, de reforzamiento de identidades. A veces no son procesos muy visibles en la escena pública y, sin embargo, están ocurriendo todo el tiempo. La dominación tiene mecanismos muy escandalosos; pero los más peligrosos son los que van rastreando, metiéndose por todos los resquicios que encuentran para corroer las estructuras comunitarias o penetrar las mentalidades. La resistencia lo ha entendido; pero la dominación tiene muy claro que el problema es la mentalidad. Lo que tienen que hacer no es dominar físicamente a una persona, sino la tienen que convencer de qué es lo mejor posible.

Desde 2008, sin embargo, el ritmo de la dominación se viene acelerando, especialmente el despliegue militar. ¿Con qué cartas se está apostando hoy la dominación de América Latina?

Hoy tiene muchas cartas; pero especialmente en el plano militar se han quitado los antifaces. En 1998 se produjo un cambio en los asuntos  militares y se pasó el eje del mercado a lo militar. Las cúpulas del poder se dieron cuenta de que los mecanismos del mercado, por sí solos, no bastaban: las resistencias en América Latina estaban desatadas. En 1994 se rebelaron los zapatistas “contra el neoliberalismo”, y a partir de ahí se produjo un desencadenamiento de eventos similares por todos lados: el continente estuvo levantado. Fueron calificados de revueltas callejeras, pero fue un momento muy serio de visibilidad de esos movimientos. Luego, algunos volvieron a sus espacios de invisibilidad; pero se lograron manifestar de una manera bastante organizada contra las políticas económicas de la dominación. Ahí se pasa del todo el eje hacia lo militar.

Pero estamos de acuerdo con que a partir de 2008, dentro de ese viraje, hay un punto de inflexiones y todo el proceso de militarización se ha acelerado mucho más. El momento exacto de este nuevo despliegue lo ubico en Sucumbíos -cuando el ataque, supuestamente, de Colombia a Ecuador-, pero técnicamente está probado que no lo pudo haber hecho Colombia sin el apoyo de EE.UU., a través de la base de Manta. Es el momento en que se intenta colocar la idea de “guerra preventiva” desde plataformas externas a EE.UU. Esto no quiere decir que fuera algo aceptado por el mundo, pero se impuso. Se erigieron como los gendarmes a nivel global. Sin embargo, con Sucumbíos, esa idea de “guerra preventiva” se traslada a un segundo nivel: en el Oriente Medio, Israel; en América, Colombia.

A partir de ahí, hay que seguir la evolución: es el momento en el que  empiezan a intentar contrarrestar las articulaciones, proyectos y procesos de integración que se habían ido constituyendo, al margen de su control: ALBA, PETROCARIBE, Banco del Sur… una serie de iniciativas contrahegemónicas que logran impedir el avance del ALCA. Para los EE.UU. era una llamada de alerta. Había un foco rojo en el continente.

Así empieza una dinámica de recuperación de hegemonías. Algunos mecanismos parecen inconexos porque son de diferentes tipos, en general, son proyectos de desestabilización de los gobiernos.

La militarización no siempre se viste de verdeolivo…

A veces se viste de ayuda humanitaria y va a Haití: eso es perverso. También se viste de blanco y marcha por las calles de Cuba. Es parte de estas estrategias de control de poblaciones, de establecimiento de nuevas reglas del juego. Les llamo “capas de la militarización”: jurídica, mediática, propiamente militar…

Usted suele decir: “la guerra es cosa de ellos, lo nuestro es la paz”. Precisamente, hace unas décadas, la vía que se percibía como la de mayores posibilidades para la superación del orden social capitalista era la lucha armada; pero hoy parecería cuestión de elecciones. ¿Cómo valora este momento político latinoamericano? ¿Quiénes se perfilan como sujetos del cambio?

El panorama es bien diverso: en algunos casos, las elecciones nos han permitido avanzar en ciertas cosas; en otros, las elecciones no han dado posibilidades. Vengo de México, acostumbrada a que jamás allí ha sido posible algo por la vía electoral. Es un país donde la práctica política impide elecciones limpias: es una práctica viciada. En un caso así, entonces, el instrumento no parecen ser las elecciones. Incluso, fijémonos en un caso como el de Bolivia: las elecciones pudieron concretarse a favor de la izquierda porque había un movimiento social que se había organizado para ello, un movimiento social muy fuerte y definido que se había ido consolidando. Es un mosaico de vías e instrumentos: en unos casos, electorales; en otros, de conquistas a más largo plazo.

Lo que está claro, no obstante, es que el proyecto perfilado como alternativa es de alternativa sistémica, ya no de alternativa dentro del mismo sistema. Se privilegia no la destrucción, sino la construcción de un régimen que marche sobre otras bases. Hoy no hablamos de voltear la tortilla, porque nos hemos dado cuenta de que sigue siendo tortilla por cualquiera de las caras. Lo que hoy surge en el Cono Sur como el “vivir bien” es la idea de que no basta con modificar las relaciones políticas, hay que modificar todas las relaciones. Esta pudiera ser entendida como una propuesta bucólica, pero en realidad su fuerza radica en que es profundamente política, de construcción real.

Para ese “mosaico” de vías, ¿contamos con un pensamiento social capaz de dar cuenta de su marcha?

También lo estamos construyendo. Nunca está la teoría, sino que los procesos históricos la van edificando. Hemos saltado las barreras de movernos en torno a teorías preconcebidas por la modernidad occidental, capitalista, para concebir nuevas teorizaciones. Las inspiraciones son variadas, pero empiezan por pensar la reproducción de la vida en todas las esferas coordinadas, sin separar política de economía, producción de reproducción. Es una teoría que emana de la praxis.

La escisión entre los sujetos sociales al cambio y los centros académicos ha sido un talón de Aquiles en la historia de las luchas de la izquierda continental. Por un lado, la Academia ha asumido como supuesto patrimonio la función de “conciencia crítica” del movimiento popular; por otro, ha lastimado mucho la tendencia de algunos movimientos a un cierto antintelectualismo…

Eso también está cambiando mucho, por fortuna. La teorización se está haciendo desde cualquier lugar: se construye desde el pensamiento y desde la realidad. Tenemos movimientos indígenas que no pueden ser fácilmente teorizados por la Academia. Históricamente, no ha podido comprenderlos, al menos de la manera en que esta ha formalizado sus modos de acercamiento. Tampoco es que el antintelectualismo sea el camino, desde el otro lado: lo importante es que se ha ido creando un nuevo tipo de relación entre los intelectuales y los movimientos. Hay muchos intelectuales que están caminando junto con los movimientos y, desde sus prácticas, están desarrollando la teoría como parte del proceso mismo; es parte también de la rebelión.

Nadie dudará que los latinoamericanos estamos cada vez más atentos, más alertas a lo que sucede en los países del continente. ¿Qué pasa si solo tenemos -o conocemos- CNN? ¿Están los medios alternativos del continente en capacidad de garantizar un contrapeso?

Como dos polos, tenemos hoy a CNN y TeleSur, por ejemplo. Pero más que eso, tiene que ver con el gran público; es importante atender a otros instrumentos valiosísimos que antes no teníamos. Cuando los zapatistas se levantaron, la gente decía que era una revolución mediática: era y no era, eran las dos cosas; pero a partir de ahí el uso de Internet, especialmente, ha sido fundamental. Y es contradictorio: fue inventada por el Pentágono, pero se le hizo tan grande y la sociedad la hizo tan suya que terminó sirviendo de un lado y de otro.

Hoy, el panorama es alentador en ese sentido. Se ven movimientos indígenas en lugares recónditos que están conectados, transmiten y socializan sus denuncias. La gente así está atenta. Pero hay también mucha contrainformación en la red y hay que tener criterios para evaluar lo que es auténtico y lo que no. Es un reto que concierne también a nuestros medios alternativos: tienen que lanzarse, tienen que superarse. No obstante, es un hecho que los medios alternativos han crecido y se han ido articulando. Resultado: somos un continente que se conoce a sí mismo, somos pueblos que se conocen. Así la resistencia es mucho más eficaz en todos los sentidos. Pero aún se puede hacer muchísimo.

Sé que usted ha hecho de los mapas un recurso extraordinario para el trabajo en el Observatorio, además de una afición personal. Si le pidiera ahora mismo que cartografiase la contrahegemonía en el continente, ¿dónde ubicaría los centros más activos de resistencia? ¿Tendríamos un faro como lo fue hace 50 años la Revolución Cubana?

Te confieso que ya hice ese mapa.

[Ríe]

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