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Guillermo Bravo Morán, artífice duranguense del pincel

Guillermo Bravo Morán, artífice duranguense del pincel

En una fresca mañana de finales de noviembre visité el Museo de Arte Contemporáneo “Ángel Zárraga”. Mi propósito fue conversar con el maestro Guillermo Bravo, en consideración de muchos expertos, uno de los más connotados artistas de la plástica del Estado de Durango y de toda la República Mexicana. Lo conocí tres años antes, en el verano del 2000, cuando expuso varios de sus cuadros en el local de la Escuela de la Música Mexicana del Gobierno del Estado de Durango. La maestra Lilia Santaella acogió su muestra pictórica con entusiasmo, demostrando una vez más su elevada sensibilidad hacia lo artísticamente bello más allá de la creación musical. Recuerdo que en la misma Escuela pude disfrutar, días atrás, de una Exposición de Sarapes cuyos variados y deslumbrantes colores se grabaron en mi mente para llenarme el espíritu de optimismo y de un sentido de pluralidad indispensable a la existencia. Los cuadros del maestro Bravo atraparon muy pronto mi atención. Sin ser un crítico en la materia, intuí la gama de sensaciones, ideas y argumentos que este artista durangueño aborda con singular excelencia y minucioso tratamiento, bien equilibrado, de la luz y los matices. Aquella tarde del 2000 conversamos y sentí la motivación para escribir sobre este artista y su obra. Realmente fui, como se dice, “a una guerra sin fusil”. No llevaba conmigo en aquel momento cámara fotográfica ni grabadora. Al tiempo que me alegraba de conocer la obra de tan ilustre personalidad, sentí cierta dosis de pesar por lo imposible de culminar el encuentro con una entrevista formal. Para colmo el escaso tiempo del que dispuse me forzó a la brevedad, y sólo perduró el deseo de encontrarnos otra vez para conversar más detenidamente acerca de su quehacer artístico. Tras mucho esperarla llegó aquella fresca mañana de noviembre del año 2003, alrededor de las 11:00, cuando finalmente me presenté Museo de Arte Contemporáneo “Ángel Zárraga”, cuyo director es el maestro Bravo. Llegué con buen tiempo, pues él apareció diez minutos más tarde y fui recibido con la cortesía que lo caracteriza. Tras el cordial saludo entablamos una plática que consumió más de dos horas. Al abrigo del Museo y rodeados de pinturas, caballetes y cartulinas dispersas, entablamos nuestra amena conversación. Como era de esperar, empecé preguntándole de sus comienzos en las artes plásticas, y no demoraron entonces sus respuestas francas y sosegadas. Nacido en la ciudad de Victoria de Durango el 7 de noviembre de 1931, Guillermo Bravo Morán sintió desde niño una atracción incuestionable por la pintura. El artista ha latido en él desde la cuna y, como tal, empezó a manifestarse a través de sus lápices de colores en la escuela primaria. Como todo genio auténtico lo debe soportar, también Bravo padeció la incomprensión de sus pequeños coetáneos, quienes se sentían decepcionados ante la relación con un niño casi siempre ocupado en dibujar y colorear los cuadernos escolares. El artista en ciernes no reparó en las consideraciones que abundaban en derredor suyo, de modo que siempre se mantuvo decidido a penetrar más en ese mundo interior suyo que se agitaba como un volcán presto a su erupción. Así pasaron los breves años de la infancia, para que en la temprana juventud aflorara lo que él mismo califica como su edad romántica. A la edad de 21 años conoció a Francisco Montoya de la Cruz, destacado muralista mexicano que en 1953 se convirtió en su maestro de pintura. Montoya estableció su Escuela en el recinto de la actual Universidad Juárez, antiguamente Instituto Juárez. Al tiempo que recibía instrucción académica, el joven Bravo colaboraba con su profesor impartiendo algunas clases de dibujo. Antes de 1965 ya se había vinculado a la Escuela de Diseños y Artesanías de Ciudad de México, donde trabajó con el maestro José Chávez Morado, un sobresaliente creador de las artes plásticas, con quien colaboró en la confección de pinturas murales que hoy se exhiben en el Museo Nacional de Antropología e Historia y en La Alhóndiga de Granaditas, de la ciudad de Guanajuato. La etapa de formación académica se mezcló con una fecunda acción creadora, pues junto al aprendizaje nacieron sus primeras obras y la colaboración en otras, como el caso de los murales, manifestación ésta que constituye una de sus formas de expresión preferidas. Entre otras actividades de instrucción, prácticas y experiencias, cuentan el Taller de la Escuela La Esmeralda, de Ciudad de México y clases con el Maestro Alfredo Zalce en Morelia, Michoacán. El año 1965 marcó un momento decisivo en su carrera, al incorporarse al Taller impartido en Cuernavaca, Morelos por uno de los tres grandes muralistas de México: David Alfaro Siqueiros. Fue Siqueiros su gran mentor en el muralismo contemporáneo y, en mi opinión, quien más ha influido en su temperamento creador. Con Siqueiros permaneció aprendiendo y trabajando hasta 1972, tiempo que le propició una activa participación en el proyecto de un mural para la Sala de Convenciones del Hotel Casino de la Selva, en la ciudad de Cuernavaca. Poco después, ese mismo proyecto se cambió para la capital del país. Lo que hoy se conoce como MARCHA DE LA HUMANIDAD inunda de imágenes 4.600 metros cuadrados de las paredes del Hotel de México. En esa obra, junto a la impronta de Siqueiros, está presente la huella del pincel de Guillermo Bravo Morán. Durante su estancia en Cuernavaca, y luego de sus pródigas faenas en el muralismo, se incorporó a la Asociación Cultural del Estado de Morelos y expuso varios cuadros suyos en la Capilla de Arte del D. F. Como artista realmente genuino, el maestro Bravo se ha ocupado de manera consagrada de transmitir sus conocimientos y destrezas a las nuevas generaciones. Por ello es muy natural verle frecuentar como instructor en grupos infantiles, labor que suma a la de maestro de Pintura, Escultura y Artesanía, a tiempo completo, en la Universidad Juárez del Estado de Durango. Su labor en la pedagogía artística ha sabido relacionarla con una vocación tan humanista como su arte, al trabajar en reiteradas ocasiones con personas internadas en el Centro de Rehabilitación Social. La obra del maestro Guillermo Bravo ha podido apreciarse en diversas salas de la República Mexicana, como son el Hospicio Cabañas de Guadalajara, Jalisco; la Galería Risk Asís de Chihuahua, y el Poliforum Cultural Siqueiros en Ciudad de México. En la Escuela de Derecho de Durango se exhibe su pintura mural titulada HUMANOS, CARGA SOCIAL. Es una obra de connotación socio-política, donde se manifiesta un sentido crítico, la objetividad histórica y una abierta censura a indebidos manejos en materia de leyes, justicia y derechos. Obviamente, dicho mural contiene una fuerte carga simbólica. Desde 1997 dirigió el Museo de Arte Contemporáneo “Ángel Zárraga” de la ciudad de Durango, y tuvoa su haber alrededor de trescientas obras de caballete y cuatro pinturas murales. Se considera un cultor de la corriente expresionista con decididas admiración hacia grandes del pincel como Miguel Ángel, Francisco de Goya y David Alfaro Siqueiros, por quienes no niega haber sido influenciado. Al concluir nuestra plática caminamos hasta el Palacio de Gobierno para apreciar un mural suyo inspirado en la Revolución Mexicana de comienzos del siglo XX. Es una obra que cubre las paredes en torno a la escalera que lleva al piso superior y, según me comentó, le tomó dos meses de trabajo en jornadas que comenzaban a las 9:00 de la mañana y se extendías hasta las 2 de la madrugada del día siguiente. Mientras caminábamos hacia el Palacio nuestra conversación continuó tan amena como al principio, y se me ocurrió pedirle una definición de lo que para él representa la pintura. En sus propias palabras enunció lo que grabé, justo a tiempo, y que ahora transcribo: “Es un medio, una vocación para exponer justamente, transmitir hacia el espectador mismo. Poner en ejercicio lo que uno tiene dentro de sí. Transmitir un mensaje, un concepto; contemplar la evolución de la obra y comparar el trabajo. Estar comprometido en una perenne confrontación.” El maestro Guillermo Bravo y su obra son el modelo de lo que puede la vocación cuando se establece un compromiso serio con el arte y la época en que nos toca vivir. Luego de su desaparición física, continúa vivo a través de su valiosa obra.

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