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¡Bravo por Chopin!

¡Bravo por Chopin!

Este año Federico Chopin celebró su cumpleaños doscientos. Parece increíble, pero fue así. Sólo a los inmortales les es dada esa dicha. ¡Y no es para menos! Gran arte, vida breve: esa es la paga para, en cambio, vivir eternamente. No sé si fue esa su meta, pero Chopin la consiguió, tal vez sin haberlo querido. Amó la vida; tuvo ocasión de hacerlo. La pasión por su patria tantas veces codiciada, agredida, ocupada y en litigio geográfico, más las incomprensiones y turbulencias de amores tan efímeros como su propia existencia hicieron ocasión para que todo le fuera tan breve como intenso. No cabía otra manera para un espíritu romántico cuya vehemencia encontró cobija entre las notas arrancadas al viento tras tardes y noches de suspiro y llanto.Sus mazurcas y baladas resuenan entre toda la obra ésa grande que lo trascendió. Fue entre los clásicos este romántico un raro espécimen que alcanzó popularidad, debatiéndose entre el ímpetu patriótico y la melancolía amorosa. Tengo en mis oídos el recuerdo infantil de su Nocturno Número Uno y de la Polonesa Heroica, cuadros que pintan con pinceles de música escenarios que le fueron refugio, ardor y pasto donde yacer. Tomó el piano para sí como amigo que con policromos tañidos relanzaba presto sus confidencias. Alegrías, dolores, orgullo, resignación… todo cuanto le dijo con sus manos, el piano lo redimensionó con timbres y tonos antes jamás concebidos.

Nació el polaco genial  el primer día de marzo de 1810 en Zelazowa Wola, localidad no distante de Varsovia. Hijo de padre con sangre francesa, el muchacho recibió una educación marcada por el esmero y la exquisitez. Pronto se vio en los salones de la aristocracia polaca, y luego en la de Viena cuando la guerra lo hizo huir de su país natal, para no demorar el regreso urgido por sus amores con su compatriota Constanza Gladkovska hasta que, rota la relación, marchó a París donde lo sorprendió el movimiento Romántico entonces en boga, y alcanzó la amistad de otro grande, Franz Schubert, quien calificó de genio al joven músico polaco.
La ruptura con Constanza lo había dejado en la infelicidad, a pesar de que con su arte se enseñoreaba en los más refinados salones europeos. Pronto le llegó otra de esas pasiones tan atormentadoras como su propia vida, la hermosa George Sand, quien brevemente llenó su vacío durante cerca de ocho años; amor eclipsado por la frágil salud del músico quien, procurando lugares de calma y solaz fue a Palma de Mallorca. Alejado de la música, buscando salud, sólo halló melancolía. Finalmente regresó a París y allí terminó su relación con la actriz para sumirse en una tristeza tal, que a su regreso de una visita a Londres lo llevó a su final cuando apenas contaba treinta y nueve años. Fue cuando definitivamente volvió a nacer para prolongar su vida a través del arte.
Chopin murió para vivir. Su vida regresa cada vez que un piano entona las notas que su atormentado espíritu concibió.

 

 

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