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Caturla irrepetible

Caturla irrepetible

El músico y compositor Alejandro García Caturla (Remedios, 7 de marzo de 1906) es un ícono en el pentagrama cubano. Si existiese la posibilidad de una nueva definición, me atrevería a llamarle el hombre que hizo de la música cubana el más profundo objeto de estudio. Con agudeza rayana en lo científico, este hombre eminente aplicó la abstracción y penetró lo más hondo de nuestra identidad musical. Sumemos a eso la virtud de haberlo hecho en circunstancias históricas difíciles cuando el antecedente africano, componente indispensable para concebir nuestro pentagrama, padecían el ostracismo racial de una época en que el negro cubano y su herencia cultural eran menospreciados.
Caturla es un músico difícil al oído; muchos de sus trabajos en la composición requieren de una aplicación inteligente, seguirlos con agudeza sin esperar la melosidad a la que el órgano auditivo tiende su búsqueda.  Caturla compuso con elocuencia y genialidad en la síntesis. Sus obras sinfónicas hurgan eso nuestro que se hunde en la transculturación dada por el folklor popular, a partir esto de una raigambre profunda entre lo hispano y lo africano. A partir de Caturla se expanden horizontes al proceso creacional de nuestra música, que llegan hasta nuestros días. Toda su obra pone en perspectiva, a partir del siglo XX, las posibilidades de un Nacionalismo Musical Cubano genuino y pleno.
Entre las muchas virtudes del genio “caturliano” cuenta esa mezcla concebida por él entre la tradición nacional y la perspectiva futura como expresiones de lo universal, involucrado todo en el pentagrama cubano. El tríptico orquestal “Tres Danzas Cubanas” resulta obligada escucha para cualquier compositor que en nuestro país se proponga, aun con nuevas sonoridades, la fidelidad a lo mejor de nuestro patrimonio sonoro. Su “Berceuse Campesina”, tanto como los “Motivos de Danza” y la “Danza del Tambor” conducen por los más insondables elementos de la esencia musical de nuestro país.
Alejandro García Caturla fue un músico de vanguardia a partir de los elementos que integran la identidad cubana. No paraliza, no detiene, al contrario: abre la perspectiva de búsqueda y composición. Más que su vida, de por sí cautivante y rebelde, es su obra lo que junto a lo biográfico precisa conocerse como un todo.
Por si pareciese poco, este hombre que fundó y dirigió orquestas, compositor, arreglista, ejecutante del violín y acucioso musicólogo formó parte de una generación ávida del reencuentro con lo autóctono. Su arte se incorpora al de Wifredo Lam, Nicolás Guillén y Rubén Martínez Villena al manifestar el descontento y la urgencia de una generación truncada en una etapa histórica convulsa, contradictoria y marcada por la frustración. No fueron ellos ni Caturla los frutos de aquella frustración, sino fuerzas propulsoras que con ímpetu incontenible dieron a Cuba los redentores sostenes de su porvenir cultural.
Este año se conmemoran siete décadas de su muerte prematura, víctima de un homicidio (12 de noviembre de 1940). Al tronchar su existencia una mano asesina se privó a nuestra cultura de quién sabe cuántas obras más como las que legó con su genial riqueza. Caturla, en resumen, es irrepetible. La búsqueda de lo nuestro en el entorno musical exige su relectura, volver a conocerlo y no olvidar jamás lo que tanto debemos a su consagrado quehacer.

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