Frank Fernández: los misterios de un virtuoso
Hace años alguien comentó en presencia mía que el piano es un instrumento polícromo. No me ha parecido muy exacta esa definición de atenerme estrictamente a su significado, aunque no dudo que es metafóricamente aceptable. Cierto que el piano es capaz de ofrecer sonidos muy variados, suena casi como una orquesta en sí mismo y nunca cansa.
Una cosa es tocar piano y otra bien diferente es interpretar piezas en ese instrumento musical; mucho más aun si se trata de improvisar, poner el alma de su ejecutante y hacer del ser humano y su instrumento una unidad indivisible.
Esa percepción de ver como se fusionan el pianista y su instrumento la experimento cuando veo a Frank Fernández en sus presentaciones. Este compatriota nuestro vive la pieza; si es de otro autor la interpreta – en mi punto de vista la traduce – y comunica los sentimientos del compositor al público, unidos a los propios. Tratándose de obras creadas por él mismo, entonces la ligazón hombre-piano se vuelve intensa y profunda. Me parece que entra en una categoría de éxtasis de rara definición, imposible de encasillar en un breve concepto.
Su misterio ante el piano es indefinible. Tanto al interpretar a Mozart, Beethoven o Lecuona, como con sus propias obras. Basta con verlo ejecutar su “Zapateo por derecho”. En esa obra desvela con mayor ímpetu lo que deviene en pasión, pieza que me atrevo a definir como parte del Nacionalismo Musical Cubano Contemporáneo. A partir de nuestras más hondas raíces culturales, redimensiona la cubanía musical y entrega un producto nuevo al mismo tiempo vinculado a la tradición.
Lo mismo como solista que acompañado de orquesta – cito como ejemplo la Sinfónica Nacional de Cuba – verlo tocar el piano constituye una experiencia única. De esa forma logra la entrega de su público, sacando el corazón mismo y poniéndolo encima del piano, frente al escenario.
Para desentrañar su secreto, me atreví a preguntarle…
Maestro, ya que tenemos la ocasión de conversar, me gustaría conocerlo más allá del escenario, en su cotidianidad, ensayos, el proceso creacional suyo…
No creo que por mucho que explique se pueda trasmitir en una entrevista el fenómeno del proceso creador porque yo todavía, aún, no puedo explicártelo totalmente consciente. Creo que la mejor cosa que puedo trasmitirle al público es que aunque yo creo en la inspiración, yo trabajo como un “animal”; para que cuando llegue la inspiración me sorprenda trabajando. Yo sé que existe. Sé de momentos maravillosos y lo sé por el silencio del público, más que por los aplausos.
Pero sé que si yo no trabajara con tanto ahínco, con tanto esfuerzo, con tanta humildad ante el arte y ante el público, no se podrían dar esos intercambios de amor entre el público y el artista.
Entonces, ¿en todo eso consiste el rigor de un artista?
Yo creo que el rigor de un artista, y lo he comentado con músicos de la Sinfónica Nacional, es no creerse nunca un profesional, pues la palabra profesional, primero, es muy sagrada, y segundo, es muy difícil de lograr.
¿Se resiste a considerarse a sí mismo un profesional?
Me siento mejor pensando que soy un alumno, pensando que todos los días aprendo y tengo algo nuevo que conquistar; algo nuevo que aprender porque el arte sigue siendo un misterio gracias a Dios, y lo será siempre. Sé que la respuesta no es muy agradable, no es muy clara, pero para mí lo más importante es trabajar, trabajar, trabajar y por mucho éxito que tengas, recordar, como me dijo mi maestra veracruzana Margot Rojas: “recuérdate que por grande que tú seas, por virtuoso que seas, el arte es siempre un poco mejor que tú”.
Maestro, en este proceso actual de integración y unidad Latinoamericana, ¿Renace un Nacionalismo Musical o se redimensiona un nuevo concepto del Nacionalismo en la música, tanto cubana como latinoamericana?
Yo pienso que estamos en medio de una batalla muy feroz y muy dispareja; pienso que el proceso político, supongo que te refieres a eso, al proceso social de democracias populares que enfocan la atención hacia los humildes, en la parte artística estamos poco preparados para esta guerra. En América Latina y en Cuba.
Lo digo con la misma humildad que me presento ante el público. Quizás me equivoque, pero me parece que cuando se habla de guerra ideológica o de políticas o conquistas sociales, no se le da la dimensión tan terrible, tan destructora que puede tener esta desvalorización del buen gusto que está teniendo lugar en todo el mundo, en América Latina y en Cuba también por una serie de cosas que se han puesto de moda a través de los medios imperiales.
Y de pronto cuando uno se expresa, no como inquisidor, que no lo soy ni seré – estoy en contra de la inquisición, estoy en contra de la prohibición - , si voy a ser exagerado seré liberal, pero me gusta ser libre, y no dejo de entender que la Globalización en la parte artística conlleva una pérdida de la identidad nacional, incluyendo a Cuba, y que aquí en Cuba hay muchas personas de altísimo nivel de pensamiento político, histórico, de pensamiento revolucionario que pienso no comprenden el peligro tan grave a que estamos sometidos con la degeneración a través de esas tendencias de chabacanería.
Por suerte Raúl aclaró con esa misma palabra que íbamos a luchar contra eso, pero la realidad cubana en este momento es en un por ciento muy mayoritario de espectáculos y participación de lo vulgar, chabacano, de la mala música, de los malos textos por encima, ya no de las mejores tradiciones cubanas, sino de las mejores tradiciones de cualquier música del mundo. Por tanto el proceso integrador de América Latina en el campo político, creo que hace falta que tratemos de logarlo en el campo de la cultura porque no está logrado.
Se dice que soñar no cuesta nada y en cambio muchos sueños pueden llegar a ser realidad. A menudo sueño con una Suite Cienfueguera, una Obertura Cienfueguera cuyo polen sea grandes composiciones de autores cienfuegueros, y que de ese polen alguien como usted la componga para una de nuestras celebraciones fundacionales.
Creo que ese sueño tuyo corresponde a los grandes artistas cienfuegueros que quizás lo tengan, no lo he averiguado. Lo que sí te puedo prometer es que si hago otra Suite como la de dos pianos que estrené una vez en Cienfuegos, voy a tratar como un acto elemental de agradecimiento, de incluir algo cienfueguero, pero la Suite Cienfueguera les corresponde a los cienfuegueros, que tienen una tradición muy antigua.
Pienso que antes de Eusebio Delfín y antes que la Aragón, que ya estoy hablando de dioses mayores de primer nivel cultural, la pregunta sería: ¿se les da la promoción justa a esos artistas?, ¿reciben el estímulo de los medios?, ¿tienen el apoyo al nivel que merece su tamaño de valor estético y de pertenencia? En todo caso me comprometo a que Cienfuegos, que ya está en mi corazón, trataré de que esté en el próximo trabajo.
Eso es parte de los misterios del arte, uno no siempre puede hacer el homenaje que quiere; hay duendes, hay cosas que nacen en el momento. Lo que sí te puedo garantizar es que esté o no algo como podría ser la Luna Cienfueguera que a mí me impactó con el trío que siempre me acompañaba en todas mis fiestas y que ya no sé dónde está.
El trío Los Bohemios.
¿Siguen aquí?
Sí, están aquí.
Bueno, ya no me los ponen, ya no me los traen, pero bueno… a lo mejor ya no me los merezco. Cuando oí Luna Cienfueguera en un primero de mayo, provocado por Manolito Menéndez Castellanos, en una tarima, y le dije: - “Manolito, está bueno ya de chovinismo” – pero cuando oí Luna Cienfueguera le dije: - “Manolito, perdóname, no es chovinismo, es una bellísima canción”. – Algo así casi seguro estará la próxima vez, y piensa en las preguntas que hice, no solo es un acto de honestidad pues sería una promesa que no estoy seguro de poder cumplir (la composición de la Suite Cienfueguera*) y que incluso no está en mis planes.
Acuérdate que soy oriental, marayisero, pertenezco a Holguín, tengo allá muchas deudas, pude ayudar de manera modesta, no definitiva, a traer un buen piano a Cienfuegos; no lo he podido hacer a Holguín. Y son deudas de mi corazón y de mi deber como cubano.
No sé qué ocurre, si conoce este otro misterio, pero al verlo tocar me parece que lo mismo que yo otras personas tampoco saben dónde comienza el piano y dónde continúa Frank Fernández o viceversa. ¿Por qué usted y el piano se tornan en algo único? ¿Cómo ocurre eso, esa emoción con la que se entrega por completo?
No sé ese misterio, pero sí sé que cuando pasan algunas cosas importantes, casi siempre el público las reconoce rápidamente. No sé cómo sucede, pero sí sucede. Y hay veces que no sé si soy yo o es el piano, si es la música o es mi madre que me acompaña, pero sucede. Otra respuesta triste, no inteligente, pero sí es honesta. Sí sucede. El piano, la música, a mí me salvan, me condenan, me reviven, me dan energía para seguir viviendo, pero no sé cómo sucede; no es a voluntad.
Muchas gracias, maestro.
A usted.
* Nota del autor de la entrevista.
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