La radio y sus asesores
En mi presencia se ha debatido en ocasiones acerca de la función y utilidad de los asesores en la radio; ello me da la posibilidad de obtener pautas para el análisis de la cuestión lo más objetivamente posible, aunque seamos conscientes de que en toda valoración, por más objetiva que pretenda ser por lo general se imponen condicionamientos individuales basados, unas veces en la simpatía hacia lo que se discute, y siempre a partir de experiencias propias.
¿Son necesarios los asesores en la programación radial? A priori me atrevo a responder que la necesidad de contar con ellos, así como su utilidad, están en dependencia del tipo de espacio en cuestión. No es válido caer en extremos: ni en el despiadado “asesoramiento” – a ese punto hasta pudiera llamársele “asesorismo” que todo lo tutela aunque no tenga sentido – ni tampoco la indolencia que conduce a disparates léxicos, gramaticales, semánticos y de contenido, incluyendo en esto errados criterios de realización. Opino, en primer lugar, que tanto asesores como directores-realizadores precisan conocer lugar cuáles son sus funciones, deberes y prerrogativas.
El director-realizador es el máximo responsable de la transmisión de su programa, por ello el asesor no debe tener sobre este un poder de “tutelaje” que en ocasiones deviene función redundante de lo que compete únicamente al primero. El binomio armoniza cuando entrambos establecen un vínculo de cooperación y apoyo mutuamente receptivos. No es cuestión de ver quién somete o domina al otro, sino de cómo hacemos las cosas bien o, si lo están, mucho mejor.
Asesorar un programa no es la mera revisión del guión; no es revisar la ortografía; sí es revisar gramática, redacción, puntuación, distribución del contenido y calidad del contenido en sí mismo. La asesoría abarca los aspectos conceptuales del mensaje radial; eso significa que en muchos espacios los asesores deben ser especialistas en lo que van a revisar, y de ese modo sus recomendaciones serán certeras. Pongo como ejemplo un programa dedicado a un aspecto de la ciencia y la técnica, digamos relacionados con la agricultura: ese contenido deberá ser asesorado por un conocedor de la materia, digamos un agrónomo. En un programa acerca de la música – en cualquiera de sus manifestaciones – si este va a ser asesorado, se precisa la participación de un musicólogo o, por lo menos, un músico profesional o profesor. Sería redundante que un programa especializado lo asesore una persona con conocimientos generales a los del escritor o del director-realizador. En muchos casos basta con la capacidad de quienes escriben y dirigen para determinar los mejores derroteros. Otras veces, lamentablemente, aparecen errores tan garrafales que no hay que ser asesor para hallarlos. La premisa necesaria para expresar ideas en un guión de radio – así como puntos de vista en materia de realización – consiste en dominar el tema.
Lamento mucho los usos a pie juntillas de las Enciclopedias multimedia y las en línea. En ellas escribe todo el que quiere, sabemos que eso mismo que pone a Internet en ventaja sobre otros medios es también ocasionalmente su talón de Aquiles. Las Enciclopedias son muy buenos materiales de consulta, aunque a fin de cuentas son portadoras de los puntos de vista de sus creadores. Como su uso es uno de los más tristes facilismos conocidos, cualquier asesor se anota puntos como inquisidor con solo cotejar el texto del guión y descubrir que no pasa de ser un “copia y pega”.
Los programas dramatizados son otro ejemplo de espacios con obligado asesoramiento. En el caso de la radio, particularmente, tales profesionales deben ser conocedores de dramaturgia; son los encargados de estudiar los textos y plan de realización para sugerir vocablos, modos de expresión y empleo de la música lo más fieles posible con época, atmósfera y situaciones. Muchas veces el trabajo del asesor concluye cuando le entrega al director-realizador debidamente firmado con las tachaduras “reglamentarias” y una que otra tímida sugerencia. Los asesores forman parte del colectivo para el cual trabajan y eso significa que deben acompañarlos en el proceso de producción aunque, reitero, la última palabra pertenece al director-realizador.
Existen programas donde no hace falta el asesor. Hay programas en vivo de continuidades simples y locución “ad libitum” donde es difícil determinar qué función jugaría un asesor aparte de “nada”. Si en esos programas se cometen errores, imprecisiones, incoherencias, en fin, que el producto carece de calidad, no es por falta de un asesor sino por la ineptitud del colectivo. Se da (o debiera) darse por descontado que guionistas, directores-realizadores, locutores y técnicos de sonido son personas con un vasto conocimiento de sus funciones y una cultura radial y general que los capacita para llevar a cabo sus espacios. Cuando un programa no es capaz de vivir sin el asesor encima, no es que éste haga falta, sino que los demás factores adolecen de la capacidad requerida para desempeñarse.
Debo apuntar que sería saludable el trabajo de asesores en conjunto, laborando por las llamadas “tiras”, es decir, programación de la mañana, la tarde y la noche. Si todos los asesores lograran encontrarse frecuentemente, debatir entre sí y ponerse de acuerdo, digamos, en cuanto a las producciones musicales y la línea editorial de la emisora, las cosas irían aun mejor. No es la primera vez que se orienta un plan temático, digamos, por el Día de las Madres, y prácticamente todos los programas, uno tras otro, abordan el mismo tema para convertir la programación de la fecha en una horrible letanía, en un martilleo que, lejos de dar a la celebración su merecida relevancia, pueden convertirla en algo redundante y aburrido; incluso los temas que pudieran variar en forma y contenido, se tratan desde una misma arista, ¡y después nos felicitamos por lo hecho!
En mi caso he tenido la suerte de apreciar la utilidad de los asesores; en primer lugar porque muchos de los espacios que realizo requieren de ellos y en segundo, porque han sido y son gente conocedora, bien preparada y con agudeza para encontrar los más mínimos detalles. Hemos aprendido a establecer relaciones de mutua colaboración, no de enfrentamiento; de cómo podemos hacerlo todo de alguna manera mejor.
Volviendo a la pregunta del comienzo: ¿Son necesarios los asesores en la programación radial? ¡Pueden serlo según el caso! No ponerlos donde se requieren, como ponerlos donde sean innecesarios, en ambos casos conlleva al despilfarro económico mientras se amenaza la calidad del producto radial. El asesor no es la persona formada en un cursillo de habilitación; es, en primerísimo lugar, un especialista y amplio conocedor del medio de punta a cabo.
Lo otro elemental es que las subdirecciones de programación y las direcciones mismas de las emisoras posean la suficiente sabiduría para discernir dónde faltan y dónde sobran. He ahí el principal reto.
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