Ceiba caprichosa y altiva
Hay muchas ceibas históricas, pero Cienfuegos tiene una que ha roto varios records. Desde que yo era muchacho, siempre alrededor del mes de febrero, ese árbol enorme ha hecho de las suyas con transeúntes y automóviles. Ella no se las entiende, lo mismo hace resbalar a un anciano que pone a girar sobre sí la camioneta más pesada. Autobuses llenos de personas han hecho giros de 180 grados por obra y gracia de la fabulosa ceiba de la calle Santa Elena y Gloria. Cuando nací ya era una señora ceiba, ¡y qué señora! A pesar de los aprietos que todavía provoca entre alguna gente, no hay persona de esta ciudad que deje de sentir orgullo de ella.
Me acuerdo cuando cursaba la primaria en la escuela que está frente a la ceiba; en una clase de Geografía la maestra nos habló de las sequoias, árboles gigantescos – altos y anchos – que nada más existen en un Parque Nacional del Estado norteamericano de California. Quedamos ojiabiertos al observar en nuestros libros la foto de la sequoia General Sherman, el mayor de todos los árboles vivientes hasta el día de hoy. Mide 90 metros de alto y su base tiene 12 de diámetro, lo que equivale a un edificio de ¡20 pisos! Dicen que su madera es suficiente para construir 25 casas de 6 pisos cada una, y en cuanto a la edad… ¡tiene más de 3,500 años!
Cualquiera se maravilla con semejante inmensidad de árbol, pero lo cierto es que la ceiba de mi Cienfuegos nada le envidia; no será tan grande ni vieja, pero tiene una dignidad que le zumba el mango. No hemos tenido que importar árboles para tenerlos de dimensiones considerables. Me parece acertado afirmar que, tal vez, muchos aborígenes de esta comarca durmieron a su sombra.
El majestuoso árbol de Santa Elena y Gloria no es una sequoia: es más que eso por ser el árbol nacional cubano, y tras vencer los vendavales tan comunes en la región del Caribe, cuando era bastante pequeña, hoy permanece erguida como muestra de su orgullo natural.
Hace tiempo un vecino me dio su versión – no verificada por mí – acerca del nombre de la calle Santa Elena, hoy avenida 60. Me dijo que en esos terrenos ya urbanizados hubo una finca llamada Santa Elena; que al pasar el tiempo y crecer la ciudad, entonces el trazado urbano llegó al área de la supuesta finca y la calle principal que conduce a las cercanías del Parque Martí adoptó su nombre.
De esa ceiba sentimos orgullo todos los nacidos en Cienfuegos; si es cierto que a través de las sequoias californianas pueden pasar automóviles, no me equivoco al afirmar que a través de mi ceiba pudiera suceder algo parecido, al menos un auto pequeño o una moto con sidecar, en caso de hacerle una perforación. La frescura de la ceiba de Santa Elena y Gloria es providencial, pero son muchos quienes se han visto en apuros, ruborizados por el ridículo cuando caen al suelo después de la lluvia en tiempos de su florecimiento. En los meses de febrero y marzo la ceiba pierde las hojas, pero ahí están sus flores de aroma agradable, que cuando su polen se moja se torna más resbaladizo que el jabón. Suerte que desde hace tiempo se mantiene una limpieza sistemática del área para evitar lo que más que un “tablazo” de mal gusto pudiera convertirse en un accidente lamentable.
En las décadas de los 50s y 60s las lluvias eran todo un espectáculo que sacaba al vecindario de sus casas a la espera de quién sería el próximo incauto en rodar por la acera. Hubo un momento que se habló de cortarla, pero… ¡cuidadito! Nadie se ha atrevido a hacerlo, pues según la religiosidad popular quien corte una ceiba…”canta el manisero”, que en cubano equivale a decir: “se va para el otro mundo”. Me decían los ancianos del barrio que en su follaje habita Iroko, un orisha mayor, aunque mucha gente pone a sus pies ofrendas al orisha Obatalá, y se dice que la ceiba es el bastón de Olofi, creador del mundo, todos ellos deidades de las creencias provenientes de África y practicadas en Cuba, el Caribe y América por mucha gente. No faltaron los que dijeron: “eso es superstición”, pero lo cierto es que nadie se ha atrevido a cortarla… ¡por si acaso!
Es común que aparezcan bajo ella ofrendas depositadas por creyentes así como las llamadas “limpiezas” recomendadas por algunos cultos sincréticos. La parte fea es cuando personas sin la menor consideración, depositan algún que otro desecho y provocan malestar a vecinos y transeúntes. Más allá de cualquier connotación cultural o simbólica, es una dicha que la ceiba se mantenga majestuosa y le siga poniendo su toque de belleza al paisaje local.
Antaño fue para mí una amiga discreta; de muchacho acostumbraba hacer alguna que otra travesura llamando por teléfono a los vecinos, y luego me escondía tras la ceiba para ver el revolico que se armaba. También me sirvió de refugio cuando, merecedor de una zurra, era mi parapeto ideal hasta que en casa se calmaran los ánimos.
Obviando esos detalles, es evidente el orgullo de Cienfuegos y su gente por la ceiba de Santa Elena y Gloria, porque prevalece la belleza y altivez de un árbol frondoso y centenario, con su toque original.
La de Cienfuegos no será una sequoia, pero es nuestra ceiba, ¡y vaya qué ceiba!
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