Fray Bartolomé de las Casas: El hombre y la historia.
La calle Gloria es una vía muy transitada en Cienfuegos. Constituye una de las principales arterias de acceso dentro de la Perla del Sur, y destino obligado para quienes viajan porque en ella se encuentran, una junto a la otra, las terminales de ferrocarriles y de ómnibus. Frente a la Terminal de Trenes hay un parque muy pequeño donde la gente descansa de su andar o, simplemente, aprovechan la brisa que proviene del mar, a dos escasos kilómetros. Se suma lo pintoresco del lugar que, en plena ciudad, tiene árboles cercanos.
Puede que muchos no hayan pensado en lo que representa ese parque diminuto, fundado en 1946, según reza una tarja que hay allí. En su centro está la efigie de un fraile español oriundo de Sevilla, quien consagró gran parte de su vida a la defensa de los primitivos habitantes de estas tierras de América Latina y el Caribe. Pese a su escasa dimensión, es el Parque Fray Bartolomé de las Casas, erigido como un modesto homenaje a quien llegó a ser uno de los primeros luchadores por los derechos civiles en las tierras de las otrora llamadas Indias Occidentales.
En su amplia biografía se cuenta que embarcó en 1502 con este destino junto a su padre y a un tío a la edad de dieciocho años, cuando todavía no era cura. Lo trajo el ansia de aventura y fortuna y se estableció temporalmente en La Española. Cinco años más tarde regresó a España, a fin de prepararse para el sacerdocio; poco después, en 1512, se unió a los hombres de Diego Velázquez para conquistar la isla de Cuba. En aquella misión vino como capellán.
Según me contó el arqueólogo cienfueguero Marcos Rodríguez Matamoros, alrededor del año 1514, Las Casas recibió una Encomienda, es decir, una asignación de tierra y de aborígenes en la Loma del Convento, cerca de la desembocadura del río Arimao, en las proximidades de la actual ciudad de Cienfuegos. La Encomienda le había sido entregada por orden de Diego Velázquez, y fue recibida por las Casas y Pedro de Rentería.
Gracias a los hallazgos arqueológicos del grupo de investigadores encabezados por el Lic. Rodríguez Matamoros, a finales de la década de los 80 del siglo veinte, se tiene el testimonio de la presencia en nuestra antigua Comarca de Jagua de uno de los procesos de la transculturación entre aborígenes y españoles en Cuba. En el sitio de la Encomienda se realizaron excavaciones que dan fe de la presencia hispana, así como varios objetos españoles transformados por los aborígenes, denotando su carácter de sincretismo. Los testimonios arqueológicos confirman así los escritos del Padre Las Casas sobre su presencia en Cuba y, particularmente, en la Comarca de Jagua. Otra coincidencia lo es la presencia en la Loma del Convento de objetos de marinería, lo que concuerda con los conocimientos que Las Casas tenía sobre navegación.
El tiempo y las circunstancias llevaron al fraile dominico a andar por tierras de la América Central y del Sur, hasta que se estableció en México donde llegara a ser Obispo de Chiapas en 1544.
Desde antes fueron muchas las denuncias ante la corte española que hiciera las Casas para condenar la esclavitud y el maltrato sufrido por los indígenas de América a manos de los conquistadores. La historia recoge Tratados suyos como: “Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias”, la “Historia de las Indias” y “Apologética historia sumaria”, todo un Tratado de antropología comparada en el cual puso en claro las virtudes de los habitantes del Nuevo Continente. Sus continuos esfuerzos lograron poner fin, aunque tarde, a la injusta esclavización de los naturales de América; triste fue lo que siguió cuando en sustitución se trajeron los naturales del África del Centro y Austral, quienes fueron sometidos a la más cruel servidumbre y desarraigo conocidos por la historia.
A pesar de tantos esfuerzos, en 1558 los dominicos que trabajaban en la Vera Paz en Guatemala reconocieron la necesidad de aceptar el uso de las armas para someter a los indios lacandones y de Puchutla. Aquella actitud, tan contraria a sus preceptos, fue seguida un año más tarde por los enfrentamientos en Tezuzutlán, algo que hizo fracasar una noble idea a la que tanto se dedicó.
José Martí no dejó de mencionar cuanto hizo Fray Bartolomé de las Casas en defensa de los indios y, como queriendo dejar su impronta en las nuevas generaciones, escribió sobre Las Casas en la revista para niños “La Edad de Oro”. Textualmente escribió el Apóstol en su tercer número: “No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma de ave porque no escribía de prisa”.
Al pasar por el parquecito de la Terminal de Ferrocarriles pienso en tantos siglos transcurridos; en la suerte de que tan relevante figura haya estado parte de su vida en zonas aledañas a la actual ciudad de Cienfuegos, y no queda más que sentir por su obra respeto y admiración.
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