Elogio del aguacate
Me dijo mi amigo Roberto Guerrero que los mejores aguacates del mundo se dan en el pueblito de Zamora, Estado de Michoacán. En reiteradas ocasiones los he degustado y no cabe duda de que son deliciosos, aunque de pequeño tamaño, al menos los que he probado. Pudiera decir que la buena recomendación del aguacate zamorano estaría en duda por llegar de muy cerca – Roberto es de ese lugar – y todos tenemos la sana inclinación a afirmar que lo nuestro es lo mejor; los cubanos somos así, y los mexicanos no son la excepción. Me parece que es una característica inherente a todos los latinoamericanos. ¡Tanta subestimación por los europeos!, que como mecanismo psicológico de compensación tendamos a elogiar lo nuestro en demasía, unas veces con justificación y otras no tanto. Sé que van a pensar lo mismo acerca de mi afirmación en este comentario cuando afirmo que en Cuba se dan variedades de aguacates, tan diversas en tamaño como en textura y gusto. Bueno, en primer lugar soy fan de los aguacates y confieso que más que “aguacatófilo” me declaro “aguacatomaníaco”. Ciertamente para el almuerzo me conformo con una tajada de aguacate con algo de sal y un pedazo de pan; ya con eso para mí, barriga llena y corazón contento. Con harina de maíz me encanta, y no pocas veces ha sido el rey de mis desayunos – no la harina, sino el aguacate – para tenerme satisfecho toda la mañana. En el patio de mi casa que aunque es particular – mío y de mi familia, por supuesto – y que cuando llueve se moja como los demás, tenemos una mata de aguacate para nuestro orgullo y satisfacción. Desde hacía tiempo intentábamos sembrar nuestro aguacate, pero la suerte no nos acompañaba hasta que un día, hace veintitantos años, mi suegra descubrió una mata pequeñita que nació debajo de un pedazo de zinc. El mismo día en que nació nuestra hija menor, mi suegra se encargó de trasplantarla hacia un lugar más al centro en el patio y, ¡fantástico!, se logró. Cierto que permaneció más de quince años sin fructificar hasta que en su primera parición no pasó de seis o siete aguacates enormes, tanto como una calabaza, y deliciosos en extremo. La mata sufrió podas continuadas debido a construcciones hogareñas y su tronco se fue doblando debido a una mata de toronja que tenía muy cerca. Puedo decir que el tronco de nuestra mata padece de una marcada escoliosis. Hace unos cuantos años que la mata sigue dando aguacates, tan enormes como deliciosos, sirviendo de orgullo para la familia. Cada vez que arrancamos aguacates de la mata los zarandeamos para ver si la semilla se mueve, de ser así ya está hecho. Casi siempre mi esposa me dice: mira para esto. Desconozco el nombre de esa variedad, de lo que sí estoy seguro es que no se trata de una mata de injerto, ya que nació directamente de una semilla que sin intención alguien de nosotros lanzó un día al patio. Con el deseo de conocer acerca del origen de los aguacates me di a la tarea de buscar en Internet y leí que la Persea Americana, como también se le denomina, es oriunda del sur de México y perteneciente a la familia de las lauráceas. Es de pensar que los conquistadores españoles se ocuparon de diseminarla por todo el continente y las Antillas, donde el aguacate encontró tierras fértiles y clima apropiado. Es posible que los cambios de hábitat posibilitaron la variedad de especies de aguacates. El nombre Aguacate proviene de una voz náhuatl, que originalmente era “aguacatl”. No sé si Moctezuma le ofreció aguacates a Hernán Cortés – bebida de chocolate sí, es mencionada por los cronistas de entonces. Es nutritivo en extremo, tanto en carbohidratos como en vitaminas; dicen que los astronautas lo han incluido en sus vuelos cósmicos. La única desventaja es que provoca una gran flatulencia rectal. En Cuba comemos el aguacate a nuestro modo criollo: se corta en tajadas, se les pone aceite y sal, y en ocasiones rebanadas de cebolla o ajo. Algunos lo mezclan con la ensalada de pepinos, pero en lo que a mí respecta, lo prefiero sin acompañamientos en la fuente donde es servido. Muchas veces corto un buen pedazo con corteza y todo, le pongo algo de sal y voy tomándolo de ahí con una cuchara. En México la cosa cambia, pues allá el plato de aguacate se conoce como guacamole. Ellos cortan las tajadas y las aplastan con un tenedor hasta que se hace un puré al que le añaden chile. Es una costumbre que tiene lugar en algunas naciones centroamericanas. Muchas personas se resisten a admitir que el aguacate es una fruta, por considerar que las tales se caracterizan por su dulzor. No quiero entrar en discusiones; no soy especialista en Botánica ni cosa por el estilo, pero tal vez para estar en paz vale la pena cambiarle el género: no llamarlo fruta, sino un fruto, ya que nace de una flor. Además de servir para la nutrición humana, el aguacate se utiliza en la producción de cosméticos, ya que su grasa tiene un poder humectante para conservar la lozanía de la piel. Por muchas razones el aguacate merece que se le elogie y, aún más, si es al tiempo de gran tamaño y delicioso. Me parece que quienes tengan un patio de tierra, aunque pequeño, debieran aprovechar la oportunidad de plantar su arbusto. No se arrepentirán. Y bien a la expectativa, pues en febrero empieza a florecer: momento para predecir si la cosecha del año será abundante.
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