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El hombre de La Edad de Oro

El hombre de La Edad de Oro

 Exhibo con orgullo la portada de este libro. Desaliñada por el paso del tiempo y el uso continuado – para eso son los buenos libros – la contemplo hoy, a la vuelta de cuarenta y siete años más hermosa que nunca; incluso más que aquel lejano día cuando uno de mis tíos me lo trajo como regalo que hoy le agradezco como nunca antes porque con apenas diez años, a veces no se puede estimar el valor de un buen libro. Es la etapa de jugar, vivir despreocupados de muchas cosas que nos rodean, excepto del afecto filial - ¡del que disfruté abundantemente! – y sólo al pendiente de la escuela, las tareas, el rato de jugar y ese instante, casi ritual, de sentarnos a la mesa para degustar el diario sustento. 
Este libro data de 1962, editado por la Editora Juvenil de la Imprenta Nacional de Cuba. Son reiteradas las nuevas ediciones del Instituto Cubano de Libro para que todas las generaciones de infantes accedan a él. De aquel tiempo recuerdo que nuestra radio cubana ya tenía espacios dedicados a los más pequeños de la casa. Baste mencionar que en horario vespertino Radio Rebelde transmitía Biblioteca Infantil - con seriados de grandes clásicos de la literatura para los más pequeños - y Los Niños, el Cuento y sus Canciones, con la impar Gina Cabrera encarnando al Hada de la Brisa en su Casa de los Diez Cascabeles. Estos espacios incluyeron los cuentos aparecidos en La Edad de Oro, algo retomado en programas posteriores. 
Gracias a La Edad de Oro fui llevado de la mano del Apóstol a lugares sorprendentes y exóticos. Visité aztecas, mayas e incas; cabalgué junto al cura Miguel Hidalgo a través del bajío mexicano; crucé los llanos de Venezuela acompañando a Bolívar y me vi junto con San Martín frente a las heladas cumbres andinas. 
Con Martí aprendí de la cultura griega y avancé en el conocimiento de la delicadeza y el patriotismo del pueblo chino. ¡Y qué decir de la indómita Indochina! Con su dote visionaria y en exclusiva para los niños de todos los tiempos, Martí alertó de cuánto tendrían que luchar los anamitas para alcanzar su independencia. 
Ternura, valores humanos, patriotismo y sentido de la universalidad evidenciados en cuatro revistas publicadas en Nueva York entre julio y octubre de 1889, hace ya 120 años, hoy compendiadas como un solo libro. A casi medio siglo de haberme principiado en su lectura, le hallo nuevas aristas de contenido y percibo circunstancias que entonces marcaban el ánimo de su autor. Caigo en la cuenta de que fueron años de soledad para el más brillante de todos los cubanos, tiempos de abandono marcados por la incomprensión de no pocos. Por eso se refugió en los más pequeños de América – los de ayer y los de hoy – para contarles historias capaces de transformar a niños y niñas en seres más comprometidos con el sentido que tiene existir y vivir. 
Ya pasó más de un siglo y las nuevas tecnologías exponen - ¡también imponen! – personajes increíbles que juegan con el cosmos y hacen justicia a su modo para que triunfe “el bien” sobre “el mal”. La televisión, los videos, DVD, y las computadoras, como ésta de la que me sirvo para escribir, maravillan con lo inmediato y emocional, pero muchas veces también efímero.  
Para vencer la prueba del tiempo ¡ahí está La Edad de Oro!, esperando que todos los niños de América la lean – o que lo hagan mamá, papá o los abuelitos y abuelitas – para enterarlos de las bellezas interiores del ser humano y de cada cultura; para que los más pequeños incorporen a sus vidas valores por los que hoy sigue luchando tanta gente honrada en América y en todo el mundo; para que sepan cómo el trabajo ennoblece y es un ingrediente de primer orden para ascender en la escala humana. 
Martí proclamó que los niños - y las niñas - son los que saben querer y son la esperanza del mundo. Sobre ellos descansa el mundo futuro, pues siempre lo hay, que no será posible sin ingredientes tales como el conocimiento, la solidaridad, la ternura y el amor a toda la Naturaleza. 
Verdades que tuve la suerte de conocer hace más de cuarenta años cuando por primera vez leí la obra de Martí dedicada a los niños. Desde entonces – como adulto y como el niño que aun late en mí – me enorgullece afirmar que el hombre de La Edad de Oro ¡es mi amigo!

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