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Cuba y México laten con un mismo corazón

Cuba y México laten con un mismo corazón

Visitar México y confraternizar con su pueblo es siempre una hermosa experiencia. En mi condición de cubano me siento más que dichoso al visitar otra vez esta nación hermana donde cada vez se me multiplican y acrecientan afectos. Al caminar con desenfado las calles de ciudades como Durango, Colima, León, Tehuacán, Puebla o Guadalajara; contemplar el Teocali de Cholula que inspiró al poeta cubano José María Heredia; apenas cruzar pocas palabras con cualquier transeúnte y caer éste en la cuenta de que platica con un cubano, aparecen muestras de abundante afecto y simpatía hacia mi país, su pueblo, historia, cultura, la Revolución y sus líderes.

Me emocioné mucho cuando en Guadalajara Adrián Ruiz, hijo de mi buen amigo Guillermo Ruiz Jáuregui, me mostró visiblemente orgulloso un billete con la imagen del Che que hube de obsequiarle el año pasado, y que tiene en la sala de su hogar en sitio visible, conservada con esmero en un cristal. Más aún, constatar cuánto conoce de nuestra historia y de la vida del Guerrillero Heroico.

Si de cultura se trata, sería interminable este breve testimonio de mi nueva estancia acá.

La amistad, identificación y cariño entre nuestros pueblos están arraigados en lo más hondo de la historia; no es mera cuestión emocional improvisada. Recordemos que cuando Carlos Manuel de Céspedes dio el Grito de la Demajagua el 10 de octubre de 1868, el entonces gobierno mexicano, presidido por el Benemérito de América Benito Juárez reconoció de inmediato la beligerancia del pueblo cubano y su derecho a la independencia. El primer representante de una Cuba Libre en México fue el cubano Pedro Santacilia, yerno de Juárez.

Mucho antes de aquella fecha, en los tiempos en que el P. Félix Varela era perseguido por el colonialismo español por sus manifestaciones a favor de la independencia de Cuba, el primer presidente de México, el duranguense Guadalupe Victoria le brindó asilo.

Ejemplos como estos abundan. Significado especial tiene que Fidel, Raúl y los demás valerosos jóvenes que le acompañaron como expedicionarios del yate Granma escogieran México para la preparación de su viaje emancipador a la Patria en diciembre de 1956.

Hace escasos días en Santiago de Cuba, el 1ro de enero, el General de Ejército Raúl Castro Ruz,  Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el acto de conmemoración por el 55 Aniversario del triunfo de la Revolución, expresó textualmente: “…La Revolución triunfante debió enfrentar el fomento y la organización del terrorismo de Estado mediante el sabotaje y el bandidismo armado... la exclusión de Cuba de la OEA y la ruptura de relaciones diplomáticas por todos los países latinoamericanos, con la honrosa excepción de México…”

Este país de honda tradición nunca nos dio la espalda; así recordamos con respeto y cariño las manifestaciones de simpatía por la Revolución Cubana de su expresidente, el General Lázaro Cárdenas.

Nos unen lazos eternos: la cultura cubana está presente e integrada a la de México en manifestaciones como el Danzón, el Mambo, la Trova y el Bolero; la de México en Cuba a través de programas radiales de música y cultura mexicanas en todas las provincias de nuestro país. A lo largo y ancho de este archipiélago abundan mariachis y grupos dedicados a cultivar los géneros de la música tradicional mexicana.

Me consta por feliz experiencia personal cuánto se quiere en México a Cuba, cómo la gente, sin distinción de posición social, me dice con sonrisa cariñosa: “oye, cubanito, chico”, y yo les contesto alegre: “órale pues”.

Somos dos pueblos hermanos como los de toda la América Latina y el Caribe; nos une un poderoso cordón umbilical. Latimos con un mismo corazón.

Roberto Cantoral: Romántico, bohemio, sentimental

Roberto Cantoral: Romántico, bohemio, sentimental

Roberto Cantoral ha muerto. Con su vida se cerró la última página del tal vez más romántico rosario musical que haya dado México durante el siglo XX. Conocimos la noticia el mismo día de su deceso, 7 de agosto de 2010, acaecida en su residencia de Toluca de Lerdo, capital del Estado de México. Ese día su corazón de 75 años se detuvo para siempre. México, Latinoamérica y el mundo entero le dicen adiós a uno de sus más prolíficos compositores quien deja tras de sí un legado que tradicionalmente, desde sus comienzos y hasta nuestros días, todo intérprete romántico – escasos ya, pero que aún quedan – sabiamente incluye en su repertorio.
Roberto Cantoral García compuso boleros tan descollantes como “La  barca” y “El reloj”, concebidos ambos en 1956 y popularizados un año más tarde por el chileno Lucho Gatica. Anteriores y posteriores a estas composiciones son “Te perdono”, “Demasiado tarde”, “Noche no te vayas”, “Yo lo comprendo” y “Soy lo prohibido”. Con la balada “El triste”, hizo su debut triunfal José José en el 2º Festival Internacional de la Canción Latina, de 1970, premiada en Bulgaria en el Festival “Orfeo Negro”. Al año siguiente – 1971 – su pieza titulada “Yo no voy a la guerra” se alzó triunfadora en el Festival de la OTI, victoria repetida en 1973 con la canción “Quijote” en la edición de aquel año del mismo certamen.
Nació en Ciudad Madero, Estado de Tamaulipas, frente al golfo de México. Antes de consagrarse al bolero, alrededor de 1947 fundó junto con su hermano Antonio el grupo “Los Cuatreros” para cantar música ranchera. Pocos años después apareció su canción-huapango “El crucifijo de piedra”, del que Miguel Aceves Mejía hizo una grabación espectacular, y en 1955 vio la luz “El preso Número 9”, incluida en diversos repertorios. Cuando viajó a Ciudad de México formó parte del tío “Los Tres Caballeros”, acompañado de Chamín Correa y Leonel Gálvez, hasta que decidió su carrera como solista, pues además de un compositor genial, desarrolló sus dotes interpretativas, aunque menos reconocidas.
Mucho del mexicano Roberto Cantoral lo unió a Cuba: desde el éxito de sus creaciones, la enorme cantidad de amigos que en nuestro mundo artístico compartieron junto a él tertulias y escenarios, hasta idílicos romances que, una vez terminados, dejaron cifradas una amistad. En su país fue un incansable luchador por los derechos de la propiedad intelectual, llegando a presidir el Consejo Directivo de la Asociación de Autores y Compositores de México hasta el día de su deceso, a la cual perteneció desde hace más de medio siglo. Cinco veces fue nombrado también Presidente del Comité Iberoamericano de la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores, conocida por su sigla CISAC.
Fueron incontables los premios y reconocimientos de que fue acreedor dentro y fuera de su patria, todos merecidos por su vocación y entrega, tanto a la creación musical como a la defensa de los derechos de sus colegas.
El mundo del espectáculo, en particular dramatizado, también debe mucho a este ilustre tamaulipeco, quien musicalizó telenovelas memorables como “El derecho de nacer”, “Pacto de Amor” y otras. En octubre del 2008 la Cámara de la Industria de la Radio y Televisión de México, en la celebración de su aniversario cincuenta, le otorgó el Premio “Antena”, que recibió de manos del Presidente mexicano Felipe Calderón. Distinciones tan relevantes le llegaron de diversos confines, de países como Argentina, Venezuela y Perú, sin dejar de incluir a Yugoslavia, Estados Unidos, Italia y Japón.
Como en la letra de “El reloj”, su canción más popular, Roberto Cantoral García, se fue para siempre; desaparece con su presencia física la persona de un artista romántico, bohemio y sentimental y, lo mismo que la letra de ese memorable Bolero, su presencia espiritual y musical se hará perpetua aunque siempre haya nuevos amaneceres.

Durango y su Callejoneada

Durango y su Callejoneada

Cada domingo Durango es una fiesta. En las tardes, alrededor de las cuatro, desde la avenida “20 de Noviembre” y esquina Independencia, sale un desfile de gente que con su entusiasmo se encamina al cerrito del Calvario. La comitiva la preside Casimiro, un emblemático burrito que carga tinas de barro con agua para que los caminantes beban por el camino hasta que llegan hasta la cima del cerrito donde hay un anfiteatro muy al estilo romano, y no sé de qué caprichosa manera encaja dentro de aquel paisaje tan típicamente mexicano desde donde se divisa la cordillera de la Sierra Madre Occidental. Muchos visten de charros y chinas poblanas, y van a caballo precedidos por una banda. Les sigue el Mariachi Infantil y Juvenil, así como el Grupo de Danzas Ometochtli.
Una vez en el anfiteatro, que se colma de personas, comienzan las presentaciones artísticas. El recorrido desde la “20 de Noviembre” hasta el cerrito del Calvario y todo el espectáculo es lo que los duranguenses llaman “La Callejoneada”, que constituye todo un canto a la tradición de eso que todos conocemos como mexicanidad.
Es loable el apoyo que la municipalidad y del Estado de Durango otorgan a esta idea de la Maestra Lilia Santaella, fundadora y directora de la Escuela de la Música Mexicana del Gobierno del Estado de Durango. Gracias a Lilia, a quien me une un profundo sentimiento de amistad y hermandad, Durango tiene asegurado el rescate y conservación de buena parte de sus tradiciones. Ciertamente, “La Callejoneada” es un evento de sorprendente arraigo popular, extendido ya desde hace más de una década.
Esas tardes dominicales duranguenses resultan ensoñadoras, porque al tiempo que el sol lanza sus últimos rayos suena la música y se canta y baila. Mientras, en el lejano horizonte se vislumbra cómo fenece el día. Es un paisaje auténticamente mexicano matizado con una genuina expresión de arte popular.
Son muchos los que asisten a “La Callejoneada”, pero no es asunto que preocupe ya que todos, sin excepción, pueden disfrutar del delicioso brindis que se les ofrece, preparado amorosamente por las manos de familiares de los alumnos de la Escuela de la Música Mexicana, y con sus propios medios. Apenas comenzado el espectáculo artístico musical, ellos mismos reparten los deliciosos tamales, y algo después un suculento atole matizado con canela y cierto picantito de chile que le da su toque indiscutiblemente mexicano.
En muchos lugares de México se celebran callejoneadas, pero Durango ha conseguido un rescate y consolidación muy propios y originales gracias a la Escuela de la Música Mexicana del Estado. Con su inspiradora, la Maestra Lilia Santaella, profesores, alumnos, familiares y toda la comunidad duranguense alimentan una fiesta donde van de la mano alegría y cultura. Es cuando todo Durango se siente y reconoce como una gran familia en medio de esa inmensa patria que es para ellos México.

El Nopal: símbolo de la identidad mexicana

El Nopal: símbolo de la identidad mexicana

Todos los interesados en la cultura mexicana conocemos la trascendencia del nopal como parte de su identidad. En la propia bandera  de México, igual que en su escudo, aparece un águila posada sobre un nopal, al tiempo que muerde a una serpiente.
Un domingo asistí a la festividad popular durangueña conocida como La Callejoneada, la cual empieza con un desfile cuyo punto de partida son las confluencias de la avenida 20 de Noviembre y la calle Independencia. Allí mismo puede verse el símbolo del águila sobre el nopal con la serpiente, y eso sirvió de motivación para escribir estas líneas.
El nopal forma parte del paisaje mexicano y constituye objeto de culto; ciertamente ha sido para ellos una planta sagrada. El simbolismo original data de la fundación de la antigua ciudad de Tenochtitlan, hasta transformarse en elemento que identifica a toda la nación.
Esa esencialidad de la planta que además se conoce como tuna, posee alrededor de sesenta variedades, algunas, tal vez la mayoría, aún desconocidas. La más popular es la que denominan nopal-verdura, de la que se preparan los populares nopalitos, que tantas aplicaciones tienen dentro del arte culinario según cada región.
Hasta existe un Recetario del nopal de Milpa Alta, el Distrito Federal y Colima, que publicara recientemente la Dirección General de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA). Es toda una colección de recetas de la cocina indígena y popular, donde expertos y curiosos pueden darse gusto probando suertes al paladar.
En el mencionado Recetario se describe el desarrollo de los cultivos de nopal desde antes de la llegada de los conquistadores hasta nuestros días, cuando su producción abarca procesos industriales para el envase y la conservación.
Hay diversas maneras de preparar el nopal, lo mismo se comercializa crudo que en escabeche y hasta como dulce cristalizado.
Entre los más apreciados están los nopales que producen tuna, pues resultan útiles para el cultivo de grana de carmín, que es un colorante no tóxico empleados tanto en comestibles como es cosméticos.
El jugo de nopal puede aprovecharse  en la preparación de quesos o mermeladas. Los nopales se cristalizan en azúcar; los jugos de la tuna se someten a fermentación, y con ellos se elabora una bebida tradicional llamada colonche.
Por si fuera poco, los nopales sirven de forraje, y también como ingredientes en la producción de jabones, cápsulas con fibra o procesados en escabeche y mermeladas. Para su venta enlatada los deshidratan, lo mismo enchilados que escarchados con sal o azúcar.
Con todo lo dicho, me parece que resulta bien lógico considerar al nopal como un auténtico símbolo de la identidad mexicana.

Arte textil mexicano (El sarape)

Arte textil mexicano (El sarape)

Estaba de visita en Durango cuando alguien llamó a la puerta de la casa donde me hospedaba. Era exacto el mediodía y en cuanto abrí me saludó un hombre de mediana edad; su motivo fue proponerme la compra de un sarape. Llevaba unos cuantos en su carretilla y me aseguraba que eran meros sarapes de Saltillo. No sé hasta qué punto fue cierto lo que me dijo, pero hoy, al recordar sus colores tan llamativos, siento no haberle comprado uno. El precio era aceptable y, aunque no he tenido interés en usarlo, sé que a mi esposa y a mí nos habría gustado ponerlo en cualquier lugar visible de nuestra casa en Cuba. Al fin y al cabo, el sarape es uno de los más fieles símbolos de la identidad mexicana y México es para nosotros una tierra tan querida como la nuestra.
El recuerdo de lo sucedido en Durango vino a mi mente al oír una canción donde se menciona tan popular indumentaria, y para desahogar en letras el ansia contenida por tenerlo, es que hoy escribo cuanto indagué acerca del típico atuendo.   
Quienes visitan México por vez primera, esperan encontrar gente vestida de charro por todos lados, y a muchos otros portando un sarape encima del hombro. En el México de nuestros días no siempre es así, aunque en las plazas abundan mariachis listos para ofrecer alguna serenata, tradición sostenida a pesar del tiempo.
Si de sarapes escribo, debo expresar que es una vestimenta propia de la gente del campo. Tiene forma rectangular, se teje con lana o algodón y lo forman dos piezas unidas por una costura menos en el centro, para que quien se lo pone meta por ahí el cuello. A esa abertura le llaman bocamanga.
Un sarape mide dos metros de largo y su ancho supera el metro. Como abrigo, resulta útil. Algunas personas, en lugar de meter la cabeza por la bocamanga, se echan la pieza por un hombro y por encima del torso. Según la costumbre tiene varios usos, desde abrigo para protegerse en las noches muy frías, hasta como almohada o cobija, en caso de que haya que pasarse una noche a la intemperie. Muchos lo usan para cubrirse durante la lluvia, y otros no escatiman exhibirlo a modo de gabán o capote en las suertes charras.
El vocablo sarape deriva de una palabra indígena. La pieza actual es resultado de la combinación de unas mantas que otrora se usaban en varias localidades españolas, con la tilma o ayate, ésta una prenda masculina indígena de forma cuadrada que se pone sobre la espalda y queda sujetada a uno de los hombros.
En el año 2000 presencié una exposición de sarapes en la Escuela de la Música Mexicana del Gobierno del Estado de Durango, y allí alguien me comentó que los antiguos tlaxcaltecas fueron maestros incomparables en el tejido de sarapes, a los cuales imprimían decorados muy vistosos. Contemplar esas obras polícromas es un verdadero placer visual sin que importe la región de origen, ¡siempre y cuando sean auténticos de México!  Deslumbra la manera como entretejen hilos de tantos colores y consiguen dibujos originales y caprichosos, siempre con motivos nacionales, muchas veces relacionados con la herencia indígena.  
El sarape se extendió pronto a todo el territorio del actual México, y reemplazó otras costumbres en el vestir, a  tal extremos que puede decirse que semejante joya textil es uno de los elementos más representativos de la mexicanidad.
Primero fue la gente del campo, pero no demoró en formar parte de la vestimenta de todas las capas sociales. Se le aprecia desde los pasados tiempos coloniales hasta nuestros días.
El charro, figura emblemática del varón mexicano, lo usa también aunque con algunos rasgos que lo diferencian de los sarapes más comunes
Y si de sarapes famosos se habla, entonces vale mencionar los de Coahuila, Guanajuato, Jalisco, Oaxaca y, por supuesto, Tlaxcala. El famoso sarape de Saltillo, mencionado al principio, es originario del Estado de Coahuila. Tal vez su fama se debe a que fueron preferidos por comerciantes y revendedores que visitaban Saltillo para adquirirlos al por mayor y luego mercadear con elllos en otras partes de México, casi siempre durante las ferias. Es obvia la belleza de los sarapes confeccionados en Saltillo pero, a decir verdad, los de Zacatecas nada tienen que envidiarles a pesar de no haber alcanzado tanta celebridad.
Luego de esta breve historia pudiera imaginar que ustedes, como yo, coincidan en la torpeza que cometí al no comprar aquel que me ofrecieron a tan buen precio. Si tuviera una nueva oportunidad, les garantizo que volveré a casa orgulloso con un sarape.

Arte textil mexicano (El telar)

Arte textil mexicano (El telar)

Los textiles son una de las más importantes manifestaciones del arte popular mexicano. Sus orígenes se remontan a la época prehispánica y hablar de ellos resulta complicado debido a la enorme variedad de piezas que se confeccionan allá.
Uno de los aspectos más interesantes del arte textil en México es que no han perdido sus raíces indígenas, aunque los colonizadores introdujeron en el siglo XVI tecnologías provenientes de Europa que fueron adoptadas y adaptadas por las comunidades indígenas.
Cuando los españoles llegaron a México encontraron talleres de prendas de vestir con todas las de la ley. Los indígenas utilizaban los telares de cintura para confeccionar sus piezas, desde el típico huipil, que es una especie de blusa sin mangas en forma de cuadro o rectángulo, hasta los sarapes, jorongos, morrales y quechquémetls. Además del tejido, se dedicaron a los bordados y en nuestros días podemos ver y disfrutar del colorido y el encanto de semejantes piezas. Los colores de las prendas poseen un carácter simbólico y hasta mítico, ya que constituyen representaciones de sus creencias ancestrales.
En cuanto a materia prima, ellos aprovechaban algodón, ixtle y lana. En cuanto al ixtle, es una fibra que se extrae de un tipo de agave (planta con la que se prepara el tequila) y que tiene igualmente usos en la alimentación y la medicina.
Lo más curioso del caso en cuanto a los textiles típicos de México es que, a pesar de la introducción del telar de pedal, accionado por los pies, son muchas las comunidades indígenas que siguen empleando el telar de cintura. Las prendas confeccionadas con esa tecnología tan antigua gozan de una autenticidad que no tiene paralelo.
Los tejedores de origen hispano se valen del telar de pedal para fabricar sus ropas, pero los indígenas usan indistintamente ambos. Hoy día el telar de cintura ha quedado destinado, fundamentalmente, a la confección de vestimentas indígenas, mientras que el telar de pedal – llamado también pedal de pie – se destina a la confección de piezas para el uso general, entre ellos las colchas y los tapetes.
Admirar los textiles de México en su totalidad constituye una tarea difícil. Cada región cuenta con sus particularidades y encantos que hacen de ese arte uno de los más diversos dentro de un mismo país. No es lo mismo el textil confeccionado en el sureño Estado de Chiapas que el del cercano Oaxaca o de otros puntos más distantes como los Estados de México y Michoacán, este último con poblaciones tan especializadas en dicho arte como La Piedra y San Juan de las Colchas.
Si hablar de esos textiles resulta interesante, no lo sería menos referirse a las sustancias usadas para lograr los colores. Ellos tiñen las fibras textiles con tintes de origen vegetal obtenidos de raíces, flores y semillas diversas, aunque igualmente aprovechan un tinte de origen animal extraído del insecto denominado “cochinilla”.
Escribir acerca de las artes tradicionales de México – en especial de los textiles – resulta difícil si tomamos en cuenta la diversidad que se manifiesta de una región a otra, y como los textiles no son la única manifestación del arte mexicano, bien vale la pena que hablemos en otro momento de muchas otras más.