Cuba de Teófilo, Stevenson de Cuba
En la tarde de este 11 de junio leí la noticia del fallecimiento de Teófilo Stevenson, gloria de nuestro deporte, tres veces Campeón Olímpico y Mundial de Boxeo. Persuadido de que la triste noticia provenía de una fuente fidedigna, con dolor y consternación no demoré en compartirla con mis amistades a lo largo y ancho del mundo. La muerte, no por natural deja de parecer fortuita, algo que sucede por casualidad; lacera escuchar el aviso de su llegada, aunque sabemos que irremediablemente toca a la puerta de cada ser viviente.
Al momento de enterarme departía con una amistad, y aquello provocó un repentino cambio en nuestra conversación. Stevenson pudo haber vivido muchos años más; como uno más de entre los millones de cubanos, percibo la herida que nos cala en lo más profundo.
Teófilo Stevenson Lawrence, el joven que estremeció de emociones a sus compatriotas y al mundo cada vez que subió al ring; el muchachito de Puerto Padre que a la vuelta del tiempo ganó en dos décadas nada menos que 301 combates de un total de 321 llevados a cabo. El hijo de familia humilde que ni por un segundo sintió seducción por las jugosas propuestas monetarias de inescrupulosos mercachifleros que lucran a costa del deporte. Es muy conocida la anécdota cuando en Alemania – en la ciudad de Munich – trataron de comprarlo y sin vacilar dejó boquiabiertos a los proponentes al responderles: “No cambiaría un pedazo de la tierra de Cuba por todo el dinero que podrían darme”.
Consecuente con su amor a la Patria, nacido y formado en un deporte revolucionario, Stevenson hizo suya en su cotidianidad la máxima martiana de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Pasada la primera sacudida por la dolorosa noticia, luego de recordar su sencillez en los combates, la hidalguía que le acompañó y que convirtió a muchos de sus adversarios en el deporte en amigos personales, recordé un momento de mi vida ante este inolvidable coloso.
Una mañana del año 2010 salí al vestíbulo de Radio Ciudad del Mar, donde trabajo, y allí conversaban animadamente mis colegas Reinaldo Taladrid, Digno Rodríguez, Fabio Bosch y alguien más que acompañaba esa vez a Taladrid; me uní a la conversación y recuerdo que enseguida mencioné el tema de las profecías mayas; convine con Taladrid en que para diciembre de este 2012 estaríamos mirando al cielo a ver qué sucedería. Alguien más, a quien saludé al llegar, pero cuyo rostro no había yo visto por su descomunal estatura, permanecía en silencio prestando atención a la conversación. De buenas a primeras miro hacia arriba y aquel rostro inconfundible era ni más ni menos que el de Teófilo Stevenson. Estreché su mano por segunda vez, le miré fijamente y enmudecí. En mi lógica inmediata me sentí confundido. ¿Cómo era posible? La modestia de Teófilo, su sencillez, me dejaron perplejo. Es que de las montañas se sabe que lo son cuando se les ve de lejos. Frente a semejante gloria deportiva y dignidad cubana que tanto he admirado ante el televisor, parecía increíble su presencia cercana.
Estrechar la diestra del gigante que con puño certero, preciso, técnico y generoso hubo de estremecernos cientos de veces, fue para mí a la vuelta del tiempo, regalo de valor inestimable.
Ahora que Stevenson de Cuba descansa para siempre, la Cuba de Teófilo llora su partida con el dolor por alguien que quiso tanto al deporte cubano, a la Patria, y que tantas glorias le dedicó. Imagen del deportista humilde y revolucionario; del hombre consecuente con los principios que forjaron su vida y su vocación, fue una gran suerte haberlo conocido y estrechar su mano; intercambiar pocas palabras, las suficientes para saber que aquella mañana mi diestra palpó en vivo una montaña tan alta y majestuosa como el Turquino.
Imagino que en diciembre, cuando por la curiosidad que provoca enfoquemos la vista hacia el cielo, en lugar de la catástrofe astronómica veremos una estrella muy brillante. Esa estrella será Teófilo Stevenson, inspirando a las nuevas esperanzas de nuestro deporte para que sigan su ejemplo.
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